Como una tendencia que puede observarse con notoriedad en los últimos años, productos que prometen ser “altos en proteínas” se multiplicaron en las góndolas de supermercados y farmacias: yogures, leches, panes, barritas o snacks que aseguran mejorar el rendimiento físico, ganar masa muscular o ayudar a bajar de peso. Sin embargo, detrás de este fenómeno surge una duda clave: ¿realmente necesitamos consumir más proteínas o estamos frente a una estrategia comercial eficaz?
“En la mayoría de los casos, esta preocupación está sobredimensionada y alimentada por estrategias de marketing de la industria alimentaria y farmacéutica. El negocio se sostiene en reforzar la idea de que las proteínas son la clave para un cuerpo ‘saludable’ o ‘hegemónico’, instalando en la población mensajes que no siempre se ajustan a la evidencia científica”, explicó la licenciada en Nutrición Fernanda Delgado, secretaria del Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires.
Para la población general, la recomendación es que entre un 15% y un 20% de la alimentación diaria provenga de proteínas, ya sean de origen animal o vegetal. Esto equivale a entre 0,8 y 1 gramo por kilo de peso corporal en adultos sin condiciones particulares, cantidad que puede alcanzarse fácilmente con una dieta equilibrada.
Hay, sin embargo, situaciones específicas —como enfermedades determinadas, deportistas de alto rendimiento o personas mayores con riesgo de pérdida de masa muscular— en las que puede ser necesario un ajuste del aporte proteico. “Son casos que deben evaluarse de manera individual por un profesional y no pueden generalizarse al conjunto de la población”, aclaró Delgado.
«El exceso proteico puede desplazar otros nutrientes esenciales como la fibra, las vitaminas o los minerales»
Los productos enriquecidos con proteínas tampoco garantizan mayor valor nutricional. Muchos de ellos, al ser ultraprocesados, contienen cantidades elevadas de sodio, azúcares agregados o grasas saturadas. El exceso proteico, además, puede desplazar otros nutrientes esenciales como la fibra, las vitaminas o los minerales, generando desequilibrios a largo plazo. En ciertos casos, incluso, puede sobrecargar órganos como los riñones o el hígado.
Desde el Colegio de Nutricionistas bonaerense insisten en que cuidar la salud no requiere suplementos costosos ni modas pasajeras, sino seguir las cuatro leyes de la alimentación: consumir una cantidad suficiente de energía, mantener una calidad adecuada con todos los nutrientes, respetar la armonía entre ellos (55% hidratos, 15% proteínas y 30% grasas) y adaptar la dieta a las características personales y culturales de cada individuo.
“La salud no puede reducirse a un macronutriente ni a la apariencia física. La obsesión por el consumo de proteínas responde también a la presión social por alcanzar cuerpos que responden a un ideal estético hegemónico, reforzando estigmas que dañan la salud mental y emocional. Necesitamos construir mensajes que promuevan hábitos saludables sin poner el foco exclusivo en el peso ni en un único nutriente”, subrayó Delgado.
Y concluyó: “Más que consumir productos con ‘extra de proteínas’, la población se beneficiará de una alimentación variada, basada en alimentos naturales, frutas, verduras, cereales integrales y legumbres, junto con actividad física y acompañamiento profesional. Y, sobre todo, de desarmar mitos que la industria aprovecha para vender soluciones rápidas que poco tienen que ver con el verdadero cuidado de la salud”.







