Armadillo rosado de cuento de hadas. Monte Hermoso tiene su propio pichiciego

Armadillo rosado Chlamipractus DimartinoI

Foto, Hernán Povedano

Les comparto una hermosa descripción y foto de este bichito.

Les cuento que hace poco tiempo, científicos del Conicet, estudiando la colección de fósiles del Dim que está en el museo de Ciencias Naturales Vicente Di Martino de Monte Hermoso, descubrieron que entre ellos había restos de un pichiciego.

Después de muchos estudios se denominó al ejemplar “Chlamyphractus dimartinoi” en su honor.

O sea que Monte Hermoso tiene su propio pichiciego.

Y yo tengo un hermanito «armadillo rosado de cuento de hadas».

Lo que sigue es la explicación del biólogo Aníbal Fernando Parera sobre el pequeño protagonista.

Yo sé que el nombre del “pichiciego” puede resultar gracioso. Su aspecto es extraño, como disminuido en todo sentido… Además de “ciego” –o casi– es un animalito prácticamente invisible.

Muy pocas personas lo han visto alguna vez, porque vive en los desiertos más agrestes y bajo la tierra. Es muy raro que salga a la superficie, donde se maneja con cierta dificultad. En cambio, bajo las arenas pampeanas, es capaz de moverse con rapidez sorprendente, parece encender un motor que moviliza garras descomunales.

Visto de cerca, es un ser de fantasía. Sus ojos son botones diminutos y negros apretados en la felpa blanca de su rostro, y su caparazón es flexible, como de goma rosada. Su nombre en inglés lo dice todo: “Pink Fairy Armadillo”. Eso quiere decir “armadillo rosado de cuentos de hadas”.

Los gringos, sean científicos o personas comunes, quisieran tenerlo más cerca. Lo codician en zoológicos y museos, son escasos y preciados en las colecciones del mundo.

Pero esta verdadera rareza vive en un solo país de la tierra: la Argentina.

El pichiciego menor o “armadillo de cuentos de hadas” no solo es un “endemismo” –en este caso “político”, pues queda encerrado en un único país– sino también una rareza zoológica y taxonómica: una suerte de experimento evolutivo que permite ocupar de manera original un nicho ecológico disponible. Este armadillo convertido en “topo” es… ¡un resabio de la evolución!

El género Chlamyphorus existe solo por él. Sí, estamos además ante una especie “monotípica” (perdón por usar términos tan científicos, pero contribuye a la lustrar la chapa del personaje).

Nunca vi uno vivo, no tuve la fortuna. La fotografía de Hernán Povedano es una de las mejores que jamás se hayan hecho sobre la especie, que merece un pedestal. Está publicada en mi libro sobre los Mamíferos de la Argentina.

Felicito a los científicos argentinos que avanzan en el necesario conocimiento sobre las especies de nuestra fauna silvestre; su trabajo tiene doble valor si son endémicas. Y triple, si pertenecen a linajes evolutivos perdidos en la memoria de los tiempos.

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