Buscan un nombre para el Jardín 903: Naty Di Martino fundamenta su voto con otro de sus habituales textos emotivos

Natalia Di Martino

El Jardín de infantes 903 de Monte Hermoso lanzó una encuesta abierta a la comunidad para elegir un nombre entre los seis que se han propuesto.

Han dispuesto un formulario para que todos puedan participar, que estará disponible hasta el mediodía de este viernes y al que se puede acceder clicando acá.

Las autoridades de la entidad educativa agradecieron la participación de antemano indicando que quienes ya votaron de manera presencial no tienen que hacerlo en esta otra instancia.

Las denominaciones propuestas son: Maria Elena Walsh; Jardín Marinero; Travesuras Mágicas; Juana Manso; Juana Azurduy; y Leif Larsen.

Jardín Marinero

Natalia Di Martino, en su blog de la red social Facebook “Huellas”, adelantó su voto, en el marco de un texto conmovedor, como es habitual en ella, cargado de recuerdos, de gratitud, pidiendo “que nos den una mano y que la tía Marisa y su mágico Jardín Marinero, tengan el reconocimiento que merecen”.

La foto del encabezado (“la primera soy yo”, aclaró Naty) ilustra su publicación que textualmente reproducimos a continuación.

La lomita de tierra invitaba a entrar, era inevitable pispear al tío Benito en su taller, que siempre estaba arreglando algo.

A medida que subías la lomita, todo se transformaba, hasta estar frente a frente con un gran patio, de pisos claritos, flores, árboles y muchos juegos.

Pero lo más hermoso de todo, era ella… la tía Marisa, con su guardapolvo cuadrillé y siempre siempre con algún niño en sus brazos. Tal vez el que extrañaba, tal vez el que lloró, o simplemente el que necesitaba mimos.

Cierro mis ojos y puedo sentir ese abrazo lleno de amor y los latidos de su corazón, que de alguna manera casi mágica me transmitía la seguridad de estar en un lugar en donde lo malo o las diferencias solo existían en algún cuento.

En el jardín Marinero todos esperábamos un cumpleaños, no importaba de quien fuera, ya que la tía Marisa nos hacía esa torta toda chocolatosa que rebalsaba de dulce de leche y amor.

Nunca volví a comer una torta igual. Jamás.

Todos los días nos preparaba la leche y después nos hacía lavarnos los dientes, cada uno tenía su cepillito.

Tanto al llegar como al irnos nos saludaba en inglés.

Había una quinta y nos enseñaba a plantar.

Si el día se prestaba, nos llevaba a pasear.

Por un pasadizo interno y a un par de médanos teníamos el mar.

A veces nos encontrábamos al tío Leif y nos dejaba subir al bote que estaba en la puerta de su casa ¡y ahí si, éramos marineros de verdad!

Si el día no se prestaba, la tía Marisa nos contaba cuentos, nos enseñaba canciones y si alguno se aburría ella, sin dudarlo y en segundos, aparecía toda disfrazada.

Puedo recordar nuestras propias carcajadas el día en que, de pronto, apareció disfrazada de conejo.

Tan espontánea, simple, divertida y comprensiva.

Una entrega absoluta para con todos y cada uno de nosotros; no tengo recuerdos de haberla visto enojada.

Las fechas patrias eran una verdadera fiesta y se preparaban durante días.

Fui al Jardín Marinero cuando tenía 3 y 4 años y recuerdo algo que hoy me resulta curioso… me ponía feliz si mis papás se demoraban en pasar a buscarme. Me quedaba la tía Marisa, todita para mí.

Cierro nuevamente los ojos para poder escuchar el sonido de sus pulseras mientras me saludaba y su voz diciéndome «¡See You tomorrow! Bye bye!”.

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