Cautiva y conmueve el paso de las ballenas por nuestras costas. Un espectáculo ante el que felizmente no nos ‘acostumbramos’

Que podamos siempre asombrarnos, conmovernos. Ante la belleza, y también ante el horror, cara y ceca del complejo mundo que hoy hemos de habitar y construir

Paso de ballenas por la costa atlántica

La capacidad de asombrarse es tal vez un modo de mantenerse vivo. El sentimiento de sorpresa y admiración ante la belleza, la complejidad y el misterio del mundo que nos rodea ha dado que hablar a muchos filósofos y se ha argumentado que el asombro puede estar relacionado con la felicidad de diversas maneras.

Aristóteles habló sobre la idea de la «eudaimonia», que se traduce comúnmente como «felicidad» o «bienestar humano». Según el filósofo griego, el asombro y la admiración por la naturaleza y el conocimiento pueden ser una parte integral de llevar una vida plena y feliz.

La majestuosidad del océano, felizmente no nos deja acostumbrarnos. Y mucho menos cuando en su inmensidad aparecen estos visitantes que en ocasiones sorprenden desde cerca a experiementados pescadores o se dejan ver desde nuestras playas.

Así sucedió recientemente en las costas de Quequén (foto destacada) -suceso que fue ampliamente replicado en redes sociales y medios de comunicación- y también días atrás en cercanías de Monte Hermoso, cuando un grupo de pescadores se topó con una enorme ballena a escasos metros de la embarcación.

Turistas novatos y rudos muchachos conocedores del mar y de sus secretos, parecen igualmente como niños con ojos abiertos ante el espectáulo de lo inmenso.

Que podamos siempre asombrarnos, conmovernos. Ante la belleza, y también ante el horror de la guerra que nos acucia, cara y ceca del complejo mundo que hoy hemos de habitar y construir.

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