Entre la realidad y la ficción

Leif Larsen junto a Carlos Costa

Son pescadores, una línea invisible e imaginaria como el horizonte los separa. Uno es real, el otro ficción. Tan ambigua y difusa es la línea que los protagonistas a veces se cruzan de vereda y no distinguimos la diferencia entre el personaje real y el invento de un escritor.

En “El viejo y el mar”, Ernest Hemingway dio vida a un pescador de ficción. Con el lenguaje de las palabras dibujó su contorno, lo hizo visible, como si fuera un viejo conocido nuestro que habitó en el atlántico caribeño con alma de marinero.

Para lograr que un ser imaginario parezca real hay que escribir como Hemingway y dejarse llevar con su atrapante descripción que se hace película en el cine que todos llevamos adentro. Por eso Santiago, protagonista de la novela, es terrenal e inmortal en su mundo marino.

El camino entre realidad y ficción es reversible. Hay seres de la vida real que con el paso del tiempo, en el boca a boca que transmiten los que lo conocieron, se transforman en un personaje ficcionado, imaginario.

Nos pasa con alguna historia pasada que escribimos en Word y cada tanto abrimos para releerlo o compartirlo. Siempre encontramos algo por corregir, agregar o suprimir y después de tantas correcciones y cirugías, el texto termina siendo una ficción de lo que fue el original.

Leif Larsen, el danés tan desprolijo por fuera como ordenado en su interior, recorrió el camino inverso al pescador de Hemingway. No provino del mundo fantástico, llegó a Monte Hermoso con lo puesto desde el campo de sus padres en Aparicio. Fue de carne y hueso, guardavidas en la juventud, luego pescador mar adentro, uno más en el balneario siempre caminando, escoltado por perros de la calle que adoptaba como propios.

En el otoño de 1997 estuvimos un par de días de sol a sol filmando su historia frente al mar. Una noche fuimos a comer a un conocido bar de la peatonal de Monte. Cuando ingresamos, Leif pasó desapercibido. Los comensales estaban concentrados en la cena y en el televisor mirando el programa de Tinelli. Recuerdo algo que le dije casi textual:

– Ahora entras y nadie te mira, pero el día que aparezcas en ese televisor vendrán a saludarte…

Así fue. Poco tiempo después del estreno del capítulo en nuestro ciclo de TV que recién comenzaba en Canal 26, vecinos del balneario le regalaron un bote 0 km. Sin embargo siguió fiel a su lancha remendada que hacía agua por los cuatro costados. La nueva permaneció en el patio de la casa mucho tiempo, nunca la usó. No me lo dijo ni se lo pregunté, pero siempre supuse que fue respuesta en pago a la indiferencia y resquemores que a muchos vecinos le provocaba su desprolijidad crónica y los perros de la calle a su alrededor haciendo juego.

¿Qué fue entonces lo que hizo que la figura de Leif se revalorizara y haya ido mutando de la realidad a la ficción? Para mí, lo que atrapa, lo distintivo que perdura es su filosofía de vida, apegada al conocimiento y cuidado de la naturaleza, la protección del medio ambiente, el cariño por los seres vivos, las plantas, los peces. El placer por la música que recreaba en el piano familiar, el hábito de la lectura que heredó de sus padres, el aprendizaje empírico del ciclo de las almejas, de las corrientes y la fauna marina. El disfrute de las pequeñas cosas de la vida, esas que se consiguen sin necesidad de recurrir a tarjetas de crédito.

Leif pescaba para comer y vivir de la venta de corvinas, pescadillas y gatuzos pero al mismo tiempo reclamaba contra la pesca comercial indiscriminada con redes de arrastre que exterminan el recurso.

Su legado es vida al aire libre, horizonte, mar y arena por sobre pantallas de celulares y tablets entre cuatro paredes. Más playa y plazas, menos play. Disfrutar la naturaleza, tomar de ella lo necesario para vivir y al mismo tiempo proteger los recursos naturales, las especies, los peces, las plantas. Por eso sigue vivo y es reconocido.

Si la tierra estuviera poblada por seres como Leif el mundo sería mejor, más amigable. No estaríamos al borde del colapso climático, del que somos testigos y lo padecemos cada día más.

Años atrás me invitaron a conversar sobre Leif con los alumnos de quinto año de la escuela secundaria de Monte Hermoso. La iniciativa de los profesores fue formidable, incentivaron a los pibes que nacieron después que Leif se hizo leyenda para que investigaran su vida. Los escuché con atención, lo describían con precisión, aprendieron de sus lecciones. Hablaban como si lo hubieran conocido y al hacerlo lo recreaban, le devolvían la vida.

A esta altura del partido poco importa la línea imaginaria y difusa entre el danés de la vida real y el que se va modelando con el paso del tiempo que se asemeja al pescador de fantasía que inmortalizó Hemingway.

Realidad o ficción, como quiera que sea, Leif sigue más vivo que nunca entre nosotros.

Foto del encabezado, Leif Larsen junto a Carlos Costa, 1996, gentileza de Natalia Di Martino

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