Esteban Bullrich, con un conmovedor e histórico discurso, se despidió del Congreso

El senador de Juntos por el Cambio hizo un llamado a la unidad en magnánimo mensaje que emocionó a muchos

Discurso de Esteban Bullrich

Esteban Bullrich renunció ayer jueves a su banca debido a la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que padece.

En un discurso que será recordado y que capturó la atención de todos los presentes, convocó al diálogo y a dejar atrás «la grieta».

«Renuncio a mi banca con mucha tristeza y mi última actividad legislativa es un proyecto de ley de educación inclusiva por el que pido tratamiento sobre tablas que busca igualar oportunidades y que, como todo lo que hecho hasta ahora en mi vida política, intenta dejar de lado egoísmos y vanidades para buscar el consenso», dijo Bullrich, a poco de iniciar su discurso.

El texto completo de su intervención

Gracias presidenta, por darme la palabra y por las muestras de afecto durante este tiempo difícil para mi.

Desde que entré a la política, hace casi 20 años, siempre intenté ser fiel a mi mismo. No mentirme, hacer lo que sentía justo, aunque no fuera conveniente. Hoy, en este recinto del que me honra ser parte, vengo a hacer algo que va en contra de cada fibra de mi cuerpo. Nada de lo que soy me indica que este es el camino que quiero seguir, pero creo firmemente en la idea de que el interés público siempre, siempre, siempre debe estar por encima de los intereses personales. La realidad me impone esta decisión y la ELA me ha enseñado, fundamentalmente, a aceptar la realidad.

Me siento en este recinto con una profunda humildad, y a la vez un enorme orgullo. Humildad por ser parte de este cuerpo, tanto más grande que todos nosotros, y orgullo porque ser parte del Senado de la Nación es ser parte del debate donde viven nuestra democracia, nuestra libertad y nuestro constante intento de construir un país mejor.

«Todos hemos sido culpables de gobernar con tapones en los oídos, todos, nosotros también. No hay más tiempo para eso».

Con todo el dolor del mundo y la frustración de no tener alternativa, quiero anunciar mi renuncia al cargo de Senador por la provincia de Buenos Aires. Ser parte del Senado de la Nación ha sido uno de los honores más grandes, impensados y desafiantes de mi vida política, y de mi vida en general. Acá encontré a un grupo de personas comprometidas con sus provincias y con la patria y pude hacer mi aporte para lograr lo que voy a seguir buscando: un mejor país para mis hijos. Digo esto sin ataduras partidarias y les pido que tomen todas las expresiones que siguen como de quien vienen: un ciudadano.

Renuncio a mi banca con mucha tristeza y mi última actividad legislativa es un proyecto de ley de educación inclusiva por el que pido tratamiento sobre tablas que busca igualar oportunidades y que, como todo lo que hecho hasta ahora en mi vida política, intenta dejar de lado egoísmos y vanidades para buscar el consenso. Y este proyecto fue acordado a partir de tres proyectos originales y con el aporte de senadoras y senadores de todos los bloques, que dejando de lado intereses personales y visiones partidarias encontramos el proyecto común. A lo largo de estos veinte años esto me ha pasado infinidad de veces. Créanme que es mucho mas lo que nos une que lo que nos divide, solo se requiere vencer prejuicios, hacer silencio y escuchar al otro. Este proyecto no es de nadie, es de todos. Porque en política, las buenas ideas no tienen dueños, tienen beneficiarios. Repito, las buenas ideas no tienen dueños, tienen beneficiarios. Y porque, como dijera Borges: “nadie es la Patria, pero todos lo somos”.

Aunque no me corresponde a mi hacerlo, me gustaría que se recordara de mi paso por este cuerpo la búsqueda constante del consenso a través del diálogo. El diálogo entendido como una conducta activa, de apertura y de generosa curiosidad en la que los participantes se abren a escuchar a la persona que tienen enfrente. Ese es, para mí, el valor mas importante y a la vez mas escaso de la política argentina: la posibilidad de entender que los adversarios nunca son enemigos y que representan a una porción de los argentinos cuyos valores, intereses y deseos son tan atendibles como los de uno y que se puede dialogar, negociar y acordar sin relegar lo que uno es y lo que uno defiende.

El diálogo no puede ser solamente táctica, convencimiento y competencia. La lógica transaccional en la que negociar es solamente un cálculo contable nos despoja de sentido y nos convierte en meros mercaderes políticos que dejan de mirar el bien común. El diálogo, la búsqueda de la razón entre dos, debe ser un acto de generosidad, de amor y de caridad cristiana, entendiendo que la verdad y la justicia son valores que encontrar, no propiedad de alguna de las dos partes.

Esa falta de diálogo trasciende estas paredes, vivimos en un país enfocado en la grieta y en el debate violento, un país en el que la gente de escapa de la política, la desprecia y la condena. Un país en el que la gente se recluye en lo privado, soltando el sueño de ser parte de la construcción de una Argentina mejor. Un país en el que empujamos a la gente a no ejercer lo que es el rol más alto de una democracia: el rol de ciudadano.

«Hay que dialogar y escuchar, con el corazón y la mente abiertos, y encontrar puntos de equilibrio»

Se que estas palabras pueden parecer las de un soñador. Lo soy. Pero como en aquella canción que nos invitaba a imaginar, sé también que no soy el único. Me voy con la tranquilidad de que acá mismo hay muchos dirigentes que tienen la vocación de construir un mejor país y resolverle los problemas a la gente. Anímense a ejercerla, hagan carne el mandato de la gente, aprovechen que Dios les da la voz y la fuerza para desempeñarlo y tengan el coraje de hacer solamente lo que saben correcto.

Nuestro país clama por consensos. Los números de pobreza, la falta de desarrollo, los jóvenes que se van del país, la catástrofe educativa y la continua y prolongada postergación de nuestros sueños, producida por un estancamiento del que somos culpables los políticos y no los argentinos, nos obligan a gobernar diferente. Todos hemos sido culpables de gobernar con tapones en los oídos, todos, nosotros también. No hay más tiempo para eso.

Nadie tiene más tiempo para que juguemos a no ponernos de acuerdo. Hay que dialogar y escuchar, con el corazón y la mente abiertos, y encontrar puntos de equilibrio a partir de los cuales vayamos asentando las bases del país que queremos ser. Quizás así podamos evitar el desastre. El pasado lunes en la presentación de una propuesta que creo puede comenzar a resolver los problemas de mi provincia decía que encarar estos problemas estructurales es siempre una aventura. Una aventura porque encarar los problemas de frente, con sinceridad y abiertos a lo que sea que te devuelva el espejo, exige audacia. Exige abrirse a implementar lo que sea que surja de esa búsqueda, de ese dialogo, de ese debate. Exige también sentarse en la mesa de diálogo no pensando qué me voy a llevar cuando me levante, sino qué voy a dejar en la mesa para alcanzar el acuerdo, sobre todo nosotros, los dirigentes políticos. Repito, nosotros especialmente tenemos que pensar qué queremos dejar en esa mesa. Nosotros primero. Nosotros mas que nadie.

No hay ningún problema argentino que los argentinos no podamos resolver si nos ponemos a hacerlo. Pero si nos quedamos en el egoísmo, la chiquita, lo táctico y la especulación, vamos a errar el camino. Einstein decía que si querías resultados distintos no hicieras siempre lo mismo. Ya probamos con la grieta y acá estamos, esta Argentina que tenemos es la resultante de nuestra incapacidad de encontrar soluciones comunes a esos problemas.

Errar el camino es imperdonable, no solo porque ya nadie puede esperar, sino también porque miramos la Argentina y vemos un país extraordinario. Vemos entusiasmo, vemos coraje, vemos ganas de sacar adelante un país tan atormentado. Vemos emprendedores, estudiantes y trabajadores que siguen apostando a esta tierra maravillosa que amamos, aunque nos cueste. A toda esa gente tampoco le podemos fallar.

Como verán, abandono los honores, pero no la lucha, que es mi sostén. Seguiré trabajando por un país mejor porque ese es el compromiso que asumí por mis hijos hace 20 años, y es un compromiso para toda la vida. El tiempo que viene lo dividiré entre mi familia, que merece tenerme presente después de tantos años de compartirme con ustedes, ese compromiso y a la lucha contra la ELA. Esta enfermedad que por poco frecuente está poco investigada y poco atendida, y contra la que hay mucho para hacer. Mi fundación, recientemente lanzada, va en ese sentido. Quiero hacer mi aporte, como hicieron mis abuelos en la lucha contra el mal de los rastrojos, para que la ELA sea una enfermedad que se atraviese más aliviadamente y para que empecemos a transitar el camino hacia una cura.

Por último, quiero agradecer a todos los que han sido parte de este camino.

Primero a Dios por esta cruz, El nunca nos pone pruebas que no podamos superar. Y aunque a veces duela el cincel del escultor sé que sólo si nos dejamos moldear por El llegamos a nuestra mejor versión. Esta cruz me ha permitido recibir infinitas muestras de cariño y amor diariamente. Esta cruz que me ha enseñado que la vida es hoy y el mañana, el mañana es esperanza.

A mi mujer, María Eugenia, con quien hace unos días cumplimos 22 años de casados y sin quien nada de lo que hice hubiera sido posible. María Eugenia es una santa y es a la vez mi conexión con el cielo y mi cable a tierra. A mis hijos, a quienes ver crecer es la felicidad más grande de mi vida y quienes con generosidad y amor toleraron a un padre que trabajaba mucho más de lo que ellos hubieran preferido.

A mi equipo que ha trabajado incansablemente día tras día para cubrir mis debilidades y errores, y, francamente, estos crecieron en los últimos meses. Ningún legislador podría haber deseado un acompañamiento mejor.

A dos senadores que han sido un ejemplo en esto de dialogar sin traicionar la propia esencia. Churchill decía que el coraje era la mas importante de las cualidades humanas, porque es la que garantiza todas las demás. Mi amigo el senador Federico Pinedo y el senador Miguel Pichetto han exhibido, para mí, mejor que nadie esa cualidad humana en esta función. Y han sido mis maestros cuando hacia los primeros palotes en este Senado.

A mi bloque, a sus conductores Humberto, Juan Carlos y Luis y a Martin, ese amigo que me regalo el Senado, como les dije esta semana, les agradezco el afecto, consejo y contención que me han dado especialmente en los últimos meses. Me han ayudado a llegar hasta acá y lamento mucho dejarlos en lo que viene, pero Dios tiene otros planes para mi. Espero poder seguir aportando desde otro lugar a la enorme tarea que tienen por delante.

Al senador José Mayans y la senadora Silvia Elias por su acompañamiento espiritual permanente.

A nuestra secretaria parlamentaria María Luz Alonso, Luchi, y en ella a todo su equipo y al personal de seguridad que ha estado siempre pendiente de mis necesidades, muy especialmente en los últimos tiempos.

A todos ustedes, gracias por el espacio para decir estas palabras. Me voy honrado por el apoyo y la contención que me dieron todos estos meses. Es muy importante para mí saber que, a pesar de las diferencias y las peleas, vibra en cada uno de ustedes el deseo latente de hacer una Argentina próspera, sostenible, pujante e inclusiva. Hoy doy este paso con tristeza, pero también sabiendo que si no dejan de hablarse y tender puentes; si son honestos con los demás, pero especialmente, con ustedes mismos, van a encontrar el camino del que nos alejó en este tiempo la ceguera y el egoísmo. Será a partir de ahora sin mí, pero sepan que aunque no esté, estaré. Que la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia, los ilumine a ustedes y a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.

Muchas gracias y hasta siempre.

 

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