Ha muerto este martes 13 de mayo José «Pepe» Mujica, uno de los referentes más singulares de la política sudamericana. Más allá de las diferencias ideológicas que uno pueda tener con su pensamiento, resulta innegable que Mujica encarnó un modo de hacer política que desentonó –y mucho– con los tiempos de ostentación y cinismo.
Exguerrillero tupamaro, preso durante más de una década en condiciones infrahumanas, su historia personal es inseparable de las venas abiertas del Uruguay de los años de la década de 1970. Pero lo que lo hizo trascender las fronteras fue su estilo llano, su austeridad radical, su lenguaje directo y esa forma tan paisana de decir verdades incómodas con tono sereno.
Como presidente, gobernó con gestos que lo convirtieron en un símbolo: vivió en su chacra, manejaba su viejo Fusca y donaba gran parte de su sueldo. Más allá de las críticas a sus políticas, supo ganarse el respeto incluso de sus adversarios por la coherencia entre su discurso y su forma de vida.
Mujica no fue un ideólogo de manual. Fue, ante todo, un hombre de sentido común, de esos que prefieren hablar de la felicidad, de la sobriedad de vivir, de la necesidad de construir una política más humana y menos presa de la vanidad.
En tiempos donde la política parece cada vez más un show, su figura queda como testimonio de que se puede vivir de otro modo, y hacer política sin perder la autenticidad… y cuando vio que era tiempo de retirarse, lo hizo.
Se va un hombre que eligió la sencillez como bandera. Descanse en paz.