En estos tiempos con mucha discusión y comentarios en las redes sociales, el análisis de las conductas de nuestros adolescentes está en debate. Sin embargo, la adolescencia es una transición entre ese niño encantador y este adulto responsable. Etapa de suma trascendencia, importancia y peso en la subjetividad y que tal vez –hoy se puede visibilizar– atraviesa conflictos, incertidumbres, preguntas, sismos emocionales, y cuánta otra sensación que a veces hasta son difíciles de describir.
En toda esta vorágine, se los etiqueta con distintas denominaciones, se los culpa de conductas sin compromiso, de falta de responsabilidad y cuántas cosas más, sin pensar en su futuro poco alentador.
De todos modos el tema de hoy no es ese sino las conductas consecuencia de crianzas de niños con pocos límites. Ya que si ponemos pocos límites en las infancias, habrá consecuencias en los futuros adultos.
¿Cómo será ese adulto al que de niño no le pusieron límites? Egocéntrico y con dificultades para respetar al otro. Cuando un niño crece sin límites claros no aprende a diferenciar dónde termina él y donde empiezan los demás. Se instala la idea de que “todo me corresponde por derecho”. Que las necesidades de los demás son secundarias o peor, que no existen.
Aunque no lo verbalicemos en la crianza, la falta de límites se incorpora como algo habitual. Y si bien es en el ámbito familiar, el niño no puede comprender que vivir en sociedad implica cumplir ciertas normas y –por sobre todas las cosas– respetar al otro, para poder exigir el respeto hacia uno mismo.
Impulsivo y con bajo control emocional
Cuando de pequeño te dicen no, tenés que aprender a regularte, a gestionarte, a buscar la manera de adaptarte y eso hace que desarrolles tus propias estrategias de afrontamiento, que toleres la frustración y que modules tus impulsos. La ausencia de límites lleva a la desregulación emocional y a la impaciencia.
Tener control emocional no es una tarea fácil para los adultos, y mucho menos para las infancias. Por eso hay que trabajarlo desde pequeños. Diseñar y gestionar estrategias de control de la ira, superación de estados de irritabilidad, abordaje de enojos y caprichos. La técnica del abrazo, la calma a través de la cercanía, de la palabra y de la búsqueda de soluciones, siempre favorece el control de los impulsos.
Con dificultad para crear soluciones y cumplir los propios objetivos. Cuando estás acostumbrado a que todo sea como querés no desarrollas la capacidad de idear cómo conseguir lo que deseas. De modo que estas personas tienden a rendirse más fácilmente y a culpar a causas externas de que no les vaya bien, creyendo además que el mundo está siendo injusto de forma particular con ellos, es decir, se forma una personalidad un tanto victimista.
Esto sucede porque en la infancia hay otro que busca las soluciones y diseña y trabaja por sus objetivos. Es importante aprender a proponerse objetivos y trabajar para lograrlos; porque en la vida de adulto, nada viene de regalo. Todo es el fruto del trabajo y la dedicación. En las infancias los objetivos serán mínimos, tal vez sencillos, pero tiene que estar claro que son metas y que para cumplirlas hay que hacer algo, que las cosas no se hacen ni se logran solas. De esta manera también el reconocimiento del logro otorga una reconfortante sensación de satisfacción y de logro alcanzado.
Poner límites aunque pueda resultar incómodo va de la mano de dar amor, y de dar cuidado, porque estás depositando ingredientes que ese niño necesita para crecer sano, fuerte y seguro.
Poner límites es preparar a un niño para poder insertarse en la sociedad que inevitablemente integrará de adulto. Y la vida en comunidad requiere ciertas condiciones para que la misma sea alentadora y constructiva, porque vivir en comunidad requiere paciencia, control emocional, respeto por el otro, trabajo en equipo, diálogo, construcción ciudadana, proyectos en común.