Con el aumento de la longevidad, los sistemas de salud enfrentan nuevos desafíos. El cáncer se perfila como una de las principales enfermedades asociadas al envejecimiento y, según proyecciones internacionales, para 2040 los casos en mayores de 65 años podrían aumentar alrededor de un 50%, lo que refuerza la necesidad de fortalecer la prevención y la detección temprana.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, la esperanza de vida en la Región de las Américas alcanzó los 77,2 años en 2019, más de tres años por encima del promedio registrado en 2000. Las proyecciones de las Naciones Unidas estiman que la población mayor de 60 años en América Latina y el Caribe se triplicará hacia 2060, superando los 220 millones de personas y representando casi un tercio de la población regional.
“La edad avanzada es el principal factor de riesgo para el cáncer. Es una consecuencia directa de vivir más tiempo: los avances médicos nos permiten alcanzar edades antes impensadas, pero también nos exponen con mayor frecuencia a enfermedades crónicas. En ese contexto, la prevención y la detección temprana del cáncer son cada vez más importantes”, explicó Gabriela Bugarín, directora médica de Oncología de MSD Argentina.
El vínculo entre envejecimiento y cáncer tiene una base biológica. Con el paso de los años, las células acumulan alteraciones genéticas y los mecanismos de reparación se vuelven menos eficientes, lo que incrementa la posibilidad de que se desarrollen tumores. Pero también existen factores sociales que influyen. “La longevidad saludable no depende solo de la genética, sino también de las condiciones de vida. El acceso al agua potable, una buena alimentación, la actividad física y los vínculos sociales sólidos son determinantes para un envejecimiento activo y una mejor respuesta frente a las enfermedades crónicas”, señaló el gerontólogo Carlos Presman.
Los especialistas destacan que la edad cronológica no siempre refleja el verdadero estado de salud. “Cada paciente es diferente. Algunos tienen 80 años y un estado funcional excelente, y otros 65 con múltiples comorbilidades. Por eso es clave evaluar cada caso de manera integral”, añadió Presman.

En los últimos años, la Evaluación Geriátrica Integral (EGI) se consolidó como una herramienta fundamental en oncología. Este abordaje multidimensional permite valorar el estado funcional, cognitivo y emocional del paciente, así como sus comorbilidades, nutrición, entorno social y riesgos de toxicidad frente a los tratamientos. Su aplicación facilita la toma de decisiones personalizadas y mejora los resultados clínicos.
Además de los tratamientos farmacológicos, Kaen subrayó la importancia de los cuidados de soporte: “Una buena alimentación, el ejercicio adaptado, la hidratación y el acompañamiento emocional son tan importantes como la terapia en sí para mejorar la calidad de vida. La oncología moderna debe integrar todos estos aspectos para garantizar un envejecimiento saludable”.
Vivir más años es un logro de la ciencia y la medicina, pero también un desafío. Para que esa longevidad se traduzca en bienestar, será clave sostener políticas de prevención, promover hábitos saludables y fortalecer los programas de detección temprana del cáncer en toda la región.
 
			 
			 
					
 
                                 
                                



 
							 
							 
							


 
							 
							 
							

