Aquel 23 de junio nos despertamos con un llamado que jamás olvidaremos: el parador se estaba cayendo. Apenas escuché esas palabras, sentí un vacío enorme. Salimos volando para la playa y cuando llegamos a La Escuela, nos encontramos con una imagen desgarradora.
La sudoestada había socavado el médano donde estaba asentada la estructura, y había descalzando filas enteras de palos. El mar también se había comido parte del antiguo camino al Sauce donde se ubica la primera linea de postes. El deck flotaba en el aire. Fue una imagen catastrófica.
Esa misma mañana, sin perder tiempo, pedimos un camión y, con la ayuda de algunos amigos y de los bomberos vaciamos todo lo que pudimos. Dos entrábamos a rescatar elementos, mientras afuera hacíamos pasamanos humanos para sacar mobiliario, tablas, todo lo que estaba dentro del parador. Esa noche ya sabíamos que venía una tarea titánica por delante.
Durante cuatro semanas trabajamos sin parar. Diego —del Rojo— fue un hermano en esta cruzada. Todas las mañanas, a las ocho, con el frío más duro del invierno, veníamos a meterle y a meterle. Sacamos arena, cavamos pozos, reemplazamos cerca de cincuenta palos, reforzamos los que se podían salvar con varillas roscadas. Conseguimos unos puntales telescópicos prestados para poder sostener y nivelar la estructura. De a poquito, y con mucho esfuerzo, fuimos reconstruyendo La Escuela.
En este desafío nos acompañó gente hermosa: alumnos, amigos, vecinos y hasta personas que llegaron de otros lugares. Algunos vinieron a trabajar, otros a pintar, otros simplemente a traernos un mate o algo calentito para compartir. Esas pequeñas cosas nos daban fuerza cuando el cuerpo se sentía cansado.
Tuvimos que invertir mucho en materiales, algo que no teníamos previsto. Por suerte, varias escuelas del país se solidarizaron con nosotros y nos enviaron donaciones. Dejamos abierto nuestro alias para quienes quisieran colaborar, y cada aporte —grande o pequeño— fue clave. También estamos pensando en organizar alguna actividad para seguir recaudando y cubrir los gastos.
Hoy, La Escuela está de pie y más fuerte que nunca. Sólo nos queda nivelar el deck de adelante, poner unas luces en los cambiadores y resolver el tema del agua, porque el tanque se cayó y por ahora seguimos sin servicio. Pero lo más importante está: la estructura, la energía y el amor que la sostiene.
Después de un mes sin entrar al agua, volvimos. Justo se estaba haciendo una clínica de natación en aguas frías con el grupo de entrenamiento y vinieron Victoria Mori y Lucas Benítez. Nos metimos a surfear, a probar una tabla nueva que habíamos podido incorporar justo antes del temporal. Junto a un par de riders que estuvieron siempre, corrimos unas olitas que nos llenaron el alma.
Hubo lágrimas, claro. Momentos de angustia, de emoción, de mensajes que llegaban con tanto cariño. Todo eso nos sostuvo. Porque La Escuela no es solo un parador; es un espacio de encuentro, de comunidad, de aprendizaje. Y verla de nuevo en pie, en actividad, es una alegría que no se puede explicar.