Sea profesado con fe o vivido simplemente como celebración familiar, el acontecimiento de la Navidad nos acerca a un hecho de lo más singular, que bisecó el tiempo y el espacio hasta convertirse en punto de referencia para contar los años de la historia.
Ese quiebre introdujo una manera distinta de comprender el sentido del tiempo, de la vida y de las relaciones humanas. Impulsó una nueva concepción del ser humano, de sus aspiraciones y de sus derechos, basados en una dignidad trascendente y única entre todos los seres del universo. Desde entonces, el nacimiento de Jesús se presenta como una referencia que atraviesa culturas y épocas, y que más allá de la adhesión religiosa ofrecida la libertad personal, sigue siendo releída y se ofrece perenne a la luz de cada contexto histórico, fuente de una paz posible y concreta.

En esta clave de lectura se inscriben las palabras del papa León XIV que en sus recientes mensajes navideños retomó esa dimensión fundante de la Navidad al definirla como la “Navidad de la paz”, subrayando que el nacimiento de Jesús no es únicamente un acontecimiento del pasado, sino una interpelación vigente y fuente de concordia frente a un mundo atravesado por conflictos, tensiones y fragmentación social.
El pontífice explicó que no se trata de una consigna espiritual abstracta, sino de una invitación que llega hasta lo concreto de la súplica por detener la violencia, pidiendo que al menos la fiesta navideña sea respetada como un tiempo de tregua y de encuentro entre los pueblos.
El mensaje del pesebre habla de cercanía, fragilidad y esperanza. En distintas catequesis y audiencias generales, León XIV recordó que el Dios que nace en Belén se manifiesta en la sencillez y no en el poder, y que esa lógica interpela tanto a las personas como a las instituciones, llamadas a revisar sus prioridades y modos de relacionarse.
La paz que propone la Navidad, recuerda el sucesor de Pedro, comienza en lo cotidiano: en los vínculos familiares, en el perdón, en la capacidad de escuchar y de reconciliarse. Se trata de un mensaje que pierde fuerza cuando se reduce a una tradición vacía, instalada solo desde el consumismo, y que se vuelve fecundo, en cambio, cuando se traduce en gestos concretos de fraternidad.







