Lecturas de domingo. Una historia de murciélagos, Domos y mosquitos

Lecturas de domingo. Una historia de murciélagos, Domos y mosquitos

En aquella callecita Dufaur, entre los años 1970 hasta los 90, entre la Isaura y el Hotel Luján había un terreno, con paredones muy altos, que temporada tras temporada era cuna de diferentes actividades.

Era un paseo obligado.

Hubo ferias, calesitas, juegos, caminata lunar, karting y hasta recuerdo a un artista que soplaba y hacia botellas. Literal. Era increíble, agarraba unos tubitos de vidrio, los calentaba y soplando hacía verdaderas obras de arte.

También hubo camas elásticas.

Pero para el Dim ese espacio era mucho más.

Ese terreno albergaba una comunidad.

Una comunidad de murciélagos.

Dim los tenía estudiados. Sabía la especie, cuándo hibernaban, cuándo salían y volvían y cuándo se apareaban.

Pasaba horas observando esos paredones con los binoculares.

Hasta me contó, una vez, que los murciélagos hacían orgías.

También debió aclararme, por supuesto, que esa especie no era de la que chupa sangre y que, cuanto mucho, si se desorientan demasiado por alguna luz se te pueden enredar en los pelos.

La comunidad habitaba a una determinada altura.

Papá se ocupaba todos los años de hablar con quienes iban a utilizar el lugar, para que las líneas de luces estuvieran ubicadas de manera adecuada para que no afectaran a sus murciélagos (!) y que la convivencia se diera en paz.

El problema se dio el año que instalaron camas elásticas.

Por cuestiones de lógica, ya que la altura que se logra al saltar en una cama elástica es mayor a lo normal, la línea de iluminación tenía que estar más alta y decidieron hacer caso omiso a las recomendaciones del Dim.

Los alaridos que se sentían cada dos por tres desde ese lugar eran tan sonoros como los provocados por la picadura de una Olindia.

Los murciélagos se desorientaban con las luces, se estampillaban contra los paredones y caían sequitos arriba de las camas elásticas donde los y las niñitas estaban saltando. Cada dos por tres salía alguien despavorido mientras el Dim observaba todo como si fuera un show.

Pero una noche apareció Pirucho.

Pirucho: ¡Di Martinoooo!!!!!

– ¡Haceme desaparecer ya todos estos vampiros de acá!

El Dim: Lo que pasa, Pirucho, es que vos no entendés.

– Desde este punto en el que estamos parados y a seis cuadras a la redonda estamos protegidos por un Domo.

Pirucho: ¿Un qué???? Qué carajo me importa, ¡hacé desaparecer esos bichos de mierda!!!

El Dim: un Domo es algo que nos protege.

Pirucho: ¿y de qué nos protege???

El Dim: de las moscas y mosquitos.

Pirucho estalló en una carcajada y tocándole el hombro a mi papá le dijo: hacé que se vayan esos bichos de mierda. Punto.

Y así fue como el Dim se quedó sin su comunidad y sin Domo.

A decir verdad, 100 por ciento estoy con Pirucho.

Si hubiese sido por mi papá Monte sería ciudad gótica. Prefiero que me piquen los mosquitos.

Publicado en «Huellas», blog de Facebook de Natalia Di Martino

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