En los últimos tiempos, distintos hechos de violencia registrados tanto en competencias deportivas profesionales como en instancias locales y amateur, incluso juveniles, volvieron a poner en agenda un debate necesario y urgente en el que debemos implicarnos todos, o al menos todos quienes de algún modo participamos en el amplio espectro del mundo del deporte: padres, formadores, jugadores, periodistas, espectadores, dirigentes.
Hemos llegado a una situación que ya no es posible eludir. Los campos deportivos se convierten en campos de batalla, no es seguro ir a presenciar lo que debería ser espectáculo o un agradable pasatiempo. Se le otorga a la posibilidad del triunfo en un campo de juego el valor de una conquista a cualquier precio. Padres que gritan, entrenadores que insultan, jugadores que responden desde adentro, todo generando un ambiente al que no nos deberíamos acostumbrar.
En este rápido diagnóstico que hacemos al constatar sucesivos acontecimientos todos los fines de semana, surgen con fuerza algunos interrogantes. ¿Por qué y cómo hemos llegado a este punto de no poder concebir el deporte lejos de la agresividad y de la competencia violenta?; ¿cuál es el rol de las instituciones formativas junto a las familias para prevenir esa tendencia a la concepción violenta de la competitividad?; ¿qué lugar ocupa hoy el deporte como espacio educativo y de convivencia?; ¿qué decisiones deben tomarse para erradicar finalmente la violencia en las prácticas deportivas?
Podemos y debemos plantearnos muchas preguntas, para buscar respuestas e intentar accionar. Debemos buscar algún modo de devolver al deporte lo suyo, sin asignarle el valor salvífico que se le otorga y que sin embargo por naturaleza no tiene. ¿Podemos practicar y disfrutar del deporte sin proyectar en sus resultados algo que ellos no nos pueden dar? A todas luces, se trata de una problemática que exige un abordaje integral.
Para reflexionar y profundizar sobre estas cuestiones que nos atañe de alguna manera a casi todos, dialogamos con el licenciado Matías Rico, especialista en gestión de emprendimientos deportivos y asesor deportivo, director de Undertake Consultora, con quien compartimos miradas y sentimientos al contemplar esta problemática, a veces con asomobro por lo que vemos y escuchamos, y ciertamente preocupados.
Con la cordialidad de siempre, Matías se entusiasma con la propuesta del diálogo, analiza, y responde.
– Matías, para empezar, observando y analizando los hechos que han circulado últimamente en los medios nacionales, pero también algunos hechos locales y regionales de violencia en las prácticas deportivas, ¿cuál es tu reflexión sobre esos acontecimientos de violencia? ¿Qué es lo primero que te surge a vos, que estás tan involucrado con la gestión del deporte?
– Lo primero que tenemos que entender es que cada hecho violento no es un episodio aislado, sino un síntoma de falencias más profundas. La violencia en el deporte refleja cuestiones sociales, culturales, familiares e institucionales. Cuando lo que debería ser un espacio de disfrute y aprendizaje termina opacado por insultos, agresiones o peleas, estamos perdiendo de vista la esencia del deporte.
– Es decir que llevás la reflexión y las causas a las instancias formativas; y lo comparto. ¿Cómo crees que pueden los clubes trabajar con los niños desde pequeños para erradicar la violencia en la práctica del deporte?
– Ahí está la raíz de todo. Si desde la infancia logramos transmitir que el deporte es ante todo una escuela de vida, estaremos formando generaciones distintas. Capacitar entrenadores en liderazgo positivo, implementar escuelas para padres donde se promueva el aliento saludable y revalorizar el rol del árbitro son medidas concretas.
Lo que se internaliza de niño, se reproduce después en la adultez.
– ¿Estamos en un momento en el que esto se da de una manera más grave que en otras épocas?
– Sí, porque hoy el deporte está mucho más expuesto y masificado. Los incidentes en una cancha profesional o en una final local rápidamente se viralizan y amplifican su impacto. Pero también creo que se trata de un problema estructural que no surge de un día para el otro. La presión excesiva por ganar, la sobrevaloración del resultado por encima del proceso y la normalización de la agresividad como forma de vincularnos son factores que se profundizaron en los últimos años.
– Hablemos de la gestión de las instituciones ¿Qué relación podés marcar entre este fenómeno y la gestión de los clubes, por ejemplo? ¿Cómo pueden las instituciones contribuir a una mejora significativa en este tema?
– El rol de los clubes y asociaciones es clave. Necesitamos que existan protocolos claros para actuar ante hechos de violencia y que se capacite permanentemente a dirigentes, entrenadores y árbitros. La institución deportiva debe asumirse como un espacio pedagógico, donde no sólo se enseña técnica o táctica, sino también valores de convivencia, respeto y trabajo en equipo. Si los dirigentes entienden esto, el cambio es posible; si no, el problema volverá siempre de una u otra forma.
– En deportes como hockey o rugby, donde se practica cierta camaradería (tercer tiempo, etc.), ¿se han verificado mejores resultados que en otros deportes como el fútbol y el básquet, donde parece darse más violencia?
– Sí, en general, las disciplinas que incorporan rituales de camaradería logran atenuar la violencia porque refuerzan la idea de comunidad por encima del resultado. Sin embargo, ningún deporte está exento. Lo importante es que las prácticas culturales que funcionan en algunos ámbitos puedan trasladarse a otros, siempre adaptadas a la realidad de cada disciplina. El desafío es generar una cultura deportiva integral que promueva el respeto y la inclusión en todas sus formas.
– ¿Qué pensás sobre el papel que pueden jugar los medios de comunicación en la prevención de la violencia deportiva? ¿En algún punto son también “culpables”?
– El rol de los medios es determinante. Muchas veces se transmiten mensajes que exacerban rivalidades y convierten al deporte en un campo de batalla simbólico. Si en cambio los medios acompañan con campañas de respeto, destacan ejemplos positivos y evitan narrativas de odio, pueden ser grandes aliados en la construcción de una cultura deportiva más sana.
– ¿Qué papel cumplen las familias en esta problemática y en la búsqueda de solucoines?
– Las familias son el primer espacio de socialización. Si en casa se transmite que el deporte es sólo ganar, los chicos reproducen ese mensaje en la cancha. En cambio, si los padres entienden que su rol es acompañar, alentar con respeto y confiar en los entrenadores, se genera un círculo virtuoso. Por eso, es clave que los clubes incluyan a las familias en las capacitaciones y que juntos construyamos un mismo lenguaje de valores.
– ¿Qué responsabilidad tienen los entrenadores en la formación de esa cultura deportiva?
– El entrenador es una figura de enorme influencia, muchas veces más fuerte que la de los propios padres. Si su discurso es violento, si grita, insulta o humilla, ese comportamiento se legitima. Pero si se enseña desde la paciencia, la empatía y el liderazgo positivo, genera un efecto multiplicador. Por eso, invertir en la capacitación de entrenadores en gestión de grupos, comunicación y educación emocional es tan importante como entrenarlos en lo técnico.
– ¿Qué políticas públicas serían necesarias para abordar esta problemática de manera integral?
– El Estado debe acompañar con programas de prevención, capacitación y financiamiento a los clubes de barrio, que son la primera contención social. También es necesario legislar con sanciones claras frente a la violencia, tanto para jugadores como para dirigentes o espectadores, y al mismo tiempo generar incentivos para quienes promuevan buenas prácticas. La articulación entre Estado, clubes, familias y medios es la única forma de lograr un cambio real.
– ¿Existen experiencias exitosas en otros países que puedan servir como ejemplo para la Argentina?
Hay modelos interesantes, si. En algunos países europeos se han desarrollado programas de “deporte para la paz” que incluyen mediadores en los torneos juveniles, formación en resolución pacífica de conflictos y actividades conjuntas entre hinchadas rivales. También en Nueva Zelanda, el rugby se trabaja desde una filosofía que combina excelencia deportiva con valores de respeto y humildad. No se trata de copiar, sino de adaptar esas experiencias a nuestra realidad cultural.
– Los que te conocemos, sabemos de tu optimismo basado en la gestión ¿Crees que podemos revertir esta situación y construir una cultura deportiva más sana en Argentina, o al menos comenzar desde lo local y regional?
– Absolutamente. La historia nos demuestra que cuando sociedad, instituciones y Estado se alinean en un objetivo común, los cambios son posibles. El deporte argentino tiene una enorme riqueza cultural y humana, y si logramos revalorizar sus mejores tradiciones —el compañerismo, la pasión, la solidaridad— podemos transformar los escenarios violentos en espacios de encuentro y orgullo colectivo.
– Para terminar ¿qué mensaje le darías a quienes hoy se sienten desencantados por la violencia en el deporte?
– Que no pierdan la fe en lo que el deporte puede dar. Más allá de los episodios negativos, sigue siendo una de las herramientas más potentes para educar, integrar y dar oportunidades. Cada vez que un niño aprende a respetar las reglas, cada vez que una hinchada aplaude al rival, cada vez que un club abre sus puertas al barrio, estamos demostrando que el cambio es posible. Si todos aportamos desde nuestro lugar, la esperanza se convierte en acción.