Microcuentos: una buena opción para los que les cuesta leer

Lydia Davis

Lydia Davis

Ha sido un tema de abordaje reiterado el hecho de la escasa lectura de la población en líneas generales. No solo de los jóvenes sino también de los adultos. Quizás esté bastante relacionado con la inmediatez de las redes sociales y la oportunidad de estar informado con cortos posteos o videos que en escasos uno o dos minutos te cuentan todo lo que está pasando.

Pero el problema se presenta cuando la lectura debe concentrarse en textos más largos, editoriales, contenidos científicos o simples entrevistas periodísticas que no vienen con video sino que hay que leer.

Allí rápidamente se evidencian la falta de interés, la dificultad para concentrar la atención, la dispersión, la falta de memoria. Y a decir verdad, la lectura es como cualquier otra actividad cerebral: necesita práctica. Si la vamos perdiendo, el concentrarse en la lectura de más de una carilla se convierte en una actividad de esfuerzo intelectual acentuado que finalmente se va abandonando.

También hay que reconocer que podemos encontrar otras clases de ayuda, como la lectura que nos ofrece la misma noticia, ya que más de un portal ofrece esta posibilidad. Cuando se van utilizando estos recursos, la lectura se va perdiendo. También mencionemos los podcast, los audiolibros y las ruedas de lectura. En estas presentaciones, unos leen y los demás simplemente escuchan.

Esta deberá ser preocupación y acción urgente en las escuelas. Cada vez es más costoso que los niños, niñas y adolescentes lean. En algún momento los diseños curriculares exigían la lectura de varios libros en el año. Como práctica de lectura obligatoria. Y también numerosos profesores, realizaban con sus estudiantes la lectura por el mero placer de leer, no para realizar ninguna actividad posterior.

Despertar el gusto por la lectura. Comenzar a descubrir esos nuevos mundos que ofrece un texto. Imaginar, predecir, suponer, desear seguir leyendo para ver cómo se desarrolla el relato, cómo termina la historia. Qué maravillosas oportunidades ofrece la lectura de un cuento, una novela, un relato. En fin, prácticas que se van perdiendo poco a poco.

También, si pensamos un poco más y nos vamos a nuestra infancia, nos encontramos que somos generaciones que no teníamos tanto acceso a la televisión y plataformas de películas para ver en casa, no existían. Es más, el alquilar un VHS para ver una película no era lo cotidiano, además de que requería de tener en casa un reproductor para poder hacerlo.

El punto es que la lectura se ha estado perdiendo. Por eso la propuesta son los cuentos cortos.

Son relatos de pocos renglones, algunos hasta de escasos uno o dos renglones que cuentan una historia. Son fáciles de leer y lo fantástico es que te dejan pensando. Porque unas escasas líneas abren la oportunidad de ingresar a un mundo gigante, donde las posibilidades son infinitas. Con apenas unas pocas palabras.

Para amigarnos un poco con la literatura, los relatos breves son una muy útil y atractiva propuesta.

Hernán Casciari (Mercedes, 16 de marzo de 1971) es un escritor argentino, editor y creador de contenidos. Se hizo inicialmente conocido por su trabajo de unión entre literatura e internet. Creó la Editorial Orsai, la productora Orsai Audiovisuales y dirige la revista Orsai, de crónica periodística y literatura.

Es el guionista de la película “Muchachos, la película de la gente”, narrada por Guillermo Francella, dirigida por Jesús Braceras y producida por Pampa Films.

A propósito de la problemática que nos ocupa expresaba: “Yo no creo en la literatura, para empezar, ni mucho menos que se lea. La literatura era una cosa de épocas en las que no teníamos pestañitas que minimizar, ni teníamos catorce dispositivos… La literatura era algo para un señor que venía a las siete de la tarde y tenía el tiempo suficiente de sentarse en un sofá con un libro de 550 páginas cuyas primeras 25 eran la descripción del personaje, facial. ¿Quién tiene el tiempo? ¿Por qué, además? Era buenísimo cuando no había otra cosa, y ya está, buenas noches”.

Más allá de que suena tal vez un poco exagerado y moviliza la reflexión para argumentar un asentimiento o un desencuentro con sus palabras, con el respeto que nos merece su profesión y trayectoria, podemos coincidir en que tal vez antes había más tiempo para leer.

Tal vez, lo que había eran otros tiempos. Los diarios –hasta el de la más pequeña y humilde ciudad– los domingos publicaban sus revistas. Y toda la familia hacía tiempo para leer en algún momento. También nos generábamos tiempos y espacios para la lectura.

Desde los clásicos cuentos para los y las pequeñas, las novelas rosas de la adolescencia, los libros infaltables de la época de estudiante, los best sellers de mamá, los clásicos infaltables en cada biblioteca y también las revistas que comprábamos para todos los gustos de los integrantes de la familia; y algún diario o dos durante la semana. Y leímos. Leímos mucho. Leímos lindo. Leímos hasta quedarnos dormidos.

Volviendo a nuestros tiempos, de escasos momentos y también de escasa atención, la propuesta son los microcuentos. Son un relato corto, reducido a su mínima expresión. Una historia en una síntesis. Los que los escriben, coinciden en que no es una técnica fácil, ya que significa contar una historia en pocas palabras. Pero como nosotros seremos los destinatarios, no es un tema de preocupación. Se leen rápido y fácil. El mérito es su complejidad.

Compartimos estos microrrelatos, para empezar a tomarle el gusto a la propuesta literaria de estos tiempos.

Diez microcuentos de Lydia Davis (prestigiosa cuentista estadounidense), de su libro “Ni puedo ni quiero”

“Comentario doméstico”

Debajo de toda esta suciedad, el piso está realmente muy limpio.

“La niña”

Ella se inclina sobre su hija. No puede dejarla. La niña está acomodada sobre la mesa. Ella quiere sacar una fotografía más de la niña, posiblemente la última. En vida, la niña nunca se quedaba quieta para una fotografía. Se dice a sí misma: “Voy a buscar la cámara”, como si le dijera a la niña: “No te muevas”.

“Mis pisadas”

Me veo desde atrás, caminando. Hay círculos tanto de luz como de sombra alrededor de cada una de mis pisadas. Sé que con cada pisada ahora puedo ir más lejos y más rápido que nunca antes, así que por supuesto quiero dar un salto hacia delante y correr. Pero me dicen que debo detenerme a cada paso, dejar que mi pie descanse en el suelo por un momento, si quiero que desarrolle plenamente su poder y su alcance, antes de dar el próximo.

“Contingencia (vs. necesidad)”

Podría ser nuestro perro.

Pero no es nuestro perro.

Entonces nos ladra.

“Hombres”

También hay hombres en el mundo. A veces nos olvidamos, y pensamos que hay solo mujeres, interminables colinas y planicies de mujeres carentes de interés. Hacemos bromas y nos consolamos las unas a las otras y nuestras vidas pasan rápido. Pero cada tanto, es cierto, un hombre surge inesperadamente entre nosotras como un pino, y nos mira salvajemente, y salimos despedidas, en grandes mareas, cojeando a escondernos en cavernas y sumideros hasta que se hayan ido.

“Juicio”

Cuán pequeño es el espacio en el que podemos comprimir la palabra juicio: puede entrar en el cerebro de la vaquita de San Antonio, ya que ella, frente a mis ojos, toma una decisión.

“La caminata de Ödön von Horváth”

Ödön von Horváth caminaba cierto día por los Alpes bávaros cuando descubrió, a cierta distancia del camino, el esqueleto de un hombre. El hombre había sido, evidentemente, un alpinista, puesto que llevaba una mochila. Von Horváth abrió la mochila, que estaba casi como nueva. Dentro encontró un suéter y otra ropa; una pequeña bolsa con lo que había sido comida alguna vez; un diario; y una postal de los Alpes bávaros, lista para ser enviada, que decía: “La estoy pasando maravillosamente”.

“Su cumpleaños”

105 años:

no estaría viva hoy

aun si no se hubiera muerto.

“La escritura”

La vida es demasiado seria como para que yo siga escribiendo. La vida solía ser más fácil, y con frecuencia placentera, y por lo tanto escribir era placentero, aunque también parecía serio. Ahora la vida no es fácil, se ha vuelto muy seria, y por comparación, escribir parece un poco tonto. A menudo, escribir no es escribir sobre cosas reales, y cuando se escribe sobre cosas reales, a menudo están tomando al mismo tiempo el lugar de algunas cosas reales. Escribir se trata demasiado a menudo sobre personas que no pueden arreglárselas. Ahora me he vuelto una de esas personas. Soy una de esas personas. Lo que debería hacer, en lugar de escribir sobre personas que no pueden arreglárselas, es dejar de escribir y aprender a arreglármelas. Y prestarle más atención a la vida misma. La única manera de espabilarme es dejar de escribir. Hay otras cosas que debería estar haciendo en su lugar.

“Bloomington”

Ahora que he estado aquí por un rato, puedo decir con seguridad que nunca estuve aquí antes.

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