La actividad hortícola en el sudeste bonaerense atraviesa un 2025 marcado por la inestabilidad económica y la necesidad de adaptarse con nuevas estrategias de comercialización y tecnología.
En un contexto desafiante, con una inflación anual del 117,8 % en 2024, atraso cambiario y precios internacionales bajos, los productores locales implementan tácticas de retardo en las ventas para mitigar pérdidas. A esto se suma la dificultad para acceder a financiamiento, lo que frena inversiones en infraestructura y modernización.
En el cinturón Bahía Blanca–Cerri se estima una superficie hortícola cercana a las 700 hectáreas, aunque no existen cifras oficiales precisas. Las explotaciones, en su mayoría familiares, abarcan entre 5 y 10 hectáreas y cultivan principalmente tomate, zapallo, lechuga, cebolla, acelga y espinaca.
Canales de venta en transformación
El mercado mayorista de Bahía Blanca y Punta Alta concentra cerca del 80 % de las ventas, pero crece el peso de la comercialización directa a través de bolsones, ferias y redes de comercio justo, lo que mejora el margen para los productores.
La Estación Experimental del INTA en Hilario Ascasubi, partido de Villarino, mantiene un rol protagónico en el desarrollo y transferencia de tecnologías como la labranza cero, el uso de bioinsumos y la selección de variedades adaptadas a la región. La zona es además histórica productora de cebolla convencional, aportando alrededor del 50 % del total nacional.
Estimaciones y perspectivas
Según cálculos aproximados, los cultivos hortícolas en la región tienen un rendimiento medio de 22.000 kilos por hectárea y una producción total de 15,4 millones de kilos. Con un precio mayorista promedio de $150 por kilo, el ingreso bruto anual estimado alcanza los $2.310 millones, lo que equivale a unos $3,3 millones por hectárea. Para un productor con cinco hectáreas, el ingreso mensual promedio se ubicaría en torno a $1,37 millones.
En localidades como Nueva Roma y Cerri, el fortalecimiento de canales de venta directa y la adopción de tecnologías impulsadas por el INTA aparecen como herramientas clave para sostener la rentabilidad. Formalizar la actividad, contar con estadísticas sistematizadas y ampliar el acceso al crédito serán pasos decisivos para garantizar la sustentabilidad de la horticultura regional.