Mientras el conurbano bonaerense no logra construir respuestas colectivas frente al aumento de los hechos delictivos, el impulso dominante parece inclinarse peligrosamente hacia salidas represivas. Lo que empieza como demanda de orden puede terminar invocando modelos militarizados −desde Bukele hasta los sucesos en Gaza− como si la violencia y la represión fueran el único lenguaje político disponible. El peligro no reside solo en lo que se dice: es en lo que se deja de pensar.
Nadie habla de reocupar la tierra vaciada, de repoblar el interior desarticulado, de organizar el trabajo, de invertir en infraestructura básica, de extender rieles, construir viviendas, activar cooperativas de producción; de formar técnicos, oficios, productores. Nadie habla de la dignidad como estrategia de seguridad. Como si la paz social solo será posible como el resultado del castigo, y no en plantear una comunidad organizada bonaerense.
La provincia de Buenos Aires necesita recuperar su vocación productiva y reconstruir su músculo territorial. Hoy los municipios son tratados como oficinas administrativas, ya es tiempo de que se conviertan en verdaderos sujetos políticos, con derechos, deberes, obligaciones y capacidades reales.
El municipalismo no puede seguir siendo una gestión burocrática: debe transformarse en una gestión de vínculos, territorio y planificación entre vecinos y regiones.
Necesitamos nuevos aires, para que los municipios se conecten entre sí, piensen en bloques, articulen proyectos en conjunto de desarrollo, generen trabajo, infraestructura y comunidad. No como una réplica tardía de modelos globales, sino como una decisión estratégica local: organizar desde abajo.
El conurbano, en este contexto, debe dejar de ser el depósito simbólico del fracaso nacional y transformarse en el núcleo de un nuevo acuerdo territorial que combine urbanidad y producción. No como política de contención, sino como estrategia de reconstrucción. Puede ser −debe serlo− la nueva fuerza manufacturera de la Argentina.
Como bonaerenses tenemos el deber de pensar la provincia como espacio posible, de recuperar la esperanza como política pública, y de apostar por una revolución infraestructural que devuelva sentido, trabajo y dignidad. Una revolución que construya verdadera identidad bonaerense. Nuevos aires para un pueblo que quiere futuro.
Porque sin organización no hay comunidad. Sin planificación estratégica no hay futuro. Y sin dignidad ni justicia social, todo proyecto político se vuelve una tragedia.