La urbanización en la provincia de Buenos Aires no es un fenómeno neutro ni equilibrado: expresa los contrastes de una modernidad que queda a mitad de camino. A la par que ciertos municipios se consolidan como polos industriales, turísticos o agro comerciales, vastos sectores de la población se ven expulsados hacia la informalidad habitacional.
El crecimiento de villas miseria y asentamientos precarios constituye hoy uno de los indicadores más visibles de la desigualdad estructural, con efectos que atraviesan la sociología urbana, la economía regional y la política institucional.
En esta perspectiva, Tandil, Bahía Blanca y Mar del Plata se erigen como casos paradigmáticos. Lejos de ser excepciones, sintetizan un proceso más amplio: la coexistencia de dinámicas de crecimiento económico con territorios de exclusión social y precarización del hábitat.
- a) Tandil: expansión sin integración. Con una población de aproximadamente 145.000 habitantes, se ha consolidado como un polo regional en el centro bonaerense. Su identidad histórica ligada a la producción agropecuaria, al turismo serrano, y a la industria alimentaria se combina con un creciente desarrollo urbano.
Sin embargo, el crecimiento no ha estado acompañado por políticas de justicia territorial. En 2016 se registraban tres asentamientos precarios que albergaban a 905 familias. Para 2023, el número ascendió a 1.788 familias distribuidas en once asentamientos, localizados en la periferia urbana. Barrios como Las Tunitas, Villa Cordobita, La Movediza I y II, Villa Gaucho y Villa Aguirre concentran los mayores déficits: falta de servicios básicos, infraestructura precaria y ausencia de regularización dominial.
El fenómeno se explica por tres vectores: 1) crecimiento demográfico sostenido, 2) especulación inmobiliaria que encarece el suelo urbano formal, y 3) una gestión municipal con políticas fragmentarias, que delega gran parte de la respuesta en cooperativas y organizaciones barriales. La incorporación al Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP) ha permitido visibilizar la situación, pero no ha derivado en un plan integral de urbanización.
- b) Mar del Plata: la contracara del turismo. Con entre 680.000 y 800.000 habitantes, es la ciudad balnearia más emblemática del país. El discurso oficial y mediático suele resaltar su rol turístico, sus playas y su infraestructura hotelera. Pero detrás de esa postal, la ciudad enfrenta una crisis urbana silenciosa: más de 120 asentamientos informales crecen dentro de su ejido urbano.
En barrios como Belgrano, Regional, Las Heras, El Martillo, Nuevo Golf o Belisario Roldán, miles de familias viven sin acceso formal a agua potable, cloacas o electricidad. La precariedad habitacional no está oculta en la periferia rural: se inserta en la propia trama de la ciudad, generando una convivencia desigual entre sectores turísticos consolidados y periferias excluidas.
La conurbanización marplatense reproduce dinámicas típicas del Gran Buenos Ayres: fragmentación territorial, segregación residencial, violencia urbana. Las causas son claras: ausencia de planificación, abandono de políticas de integración y presión inmobiliaria que expulsa a las familias de bajos ingresos hacia las franjas periféricas.
- c) Bahía Blanca: industrialización y exclusión. Con 337.000 habitantes, se caracteriza por su perfil industrial y portuario. Sin embargo, este perfil productivo no ha impedido la proliferación de 32 barrios informales, entre los que se destacan Spurr, Villa Nocito, Tierras Argentinas y El Progreso.
Estos asentamientos crecen en condiciones de informalidad dominial, con servicios deficitarios o directamente inexistentes. La desigualdad se expresa con particular crudeza: mientras los sectores ligados al puerto y a la industria se benefician de la dinámica global, amplios sectores populares son empujados hacia mecanismos informales de acceso a la tierra, mediados por punteros, organizaciones intermedias o a tomas espontáneas.
La falta de articulación entre municipio, provincia y nación genera un vacío en la política de hábitat. No existe una estrategia integral que conjugue urbanización, infraestructura y desarrollo comunitario. Bahía Blanca evidencia, con nitidez, el divorcio entre crecimiento económico y cohesión social.
El análisis de estos tres casos permite identificar patrones comunes:
− Expansión demográfica sin planificación urbana. El crecimiento poblacional supera la capacidad de respuesta estatal.
− Mercado inmobiliario excluyente. La especulación encarece el suelo urbano formal y empuja a los sectores populares a la informalidad.
− Ausencia de políticas integrales de hábitat. Las respuestas son fragmentarias, delegadas a cooperativas o punteros, sin planificación estratégica.
− Fragmentación territorial. Se consolidan ciudades duales: una formal, visible y consolidada; otra informal, invisibilizada y precarizada.
Las villas miseria y asentamientos no son accidentes aislados sino el resultado de estructuras urbanas mal diseñadas, instituciones incapaces de articular respuestas y un modelo de desarrollo desigual.
Revertir esta dinámica es posible, pero exige abandonar el enfoque asistencialista y adoptar un paradigma proactivo, racional y planificado.
− Urbanización integral: regularización dominial, provisión de servicios básicos, infraestructura comunitaria.
− Planificación regional: coordinación entre municipios, provincia y nación para evitar superposición y dispersión de políticas.
− Banco de tierras municipales: frenar la especulación inmobiliaria y garantizar suelo urbano asequible.
− Innovación productiva: generar empleo local en los barrios populares mediante cooperativas, granjas urbanas, oficios tecnológicos y carpintería.
− Justicia territorial: reconocer a los asentamientos no como zonas sacrificables, sino como espacios de ciudadanía en construcción.
Tandil, Mar del Plata y Bahía Blanca muestran, cada una a su modo, que el desarrollo urbano bonaerense avanza con dos rostros: uno visible, formal, de progreso; otro oculto, informal, de exclusión. La tarea del presente es unificar esos rostros en un solo proyecto provincial, capaz de integrar a todos sus habitantes.
La pobreza, la desintegración y la exclusión no son fatalidades: son fenómenos reversibles. Lo que falta no es diagnóstico −los datos están a la vista− sino voluntad política, empatía social y resiliencia comunitaria.
La verdadera modernización bonaerense no será la de los edificios altos ni las postales turísticas: será la de una urbanización inclusiva, planificada y justa, donde cada vecino encuentre su lugar en la ciudad que habita.