Ya estamos culminando un nuevo año. Un año que nos deja alegrías, sí, pero también heridas que no deben borrarse. Y quizás lo más desgarrador, lo más insoportable para cualquier bonaerense de corazón, fue la tragedia de Pilar y Delfina. Dos hermanitas que no debieron morir. Dos vidas que no debieron ser arrastradas por el abandono. No las olvido. No puedo. No debemos.
Fue en marzo que un temporal feroz se abatió sobre Bahía Blanca. Hubo destrucción. Hubo muerte. Pero lo más cruel fue la desaparición de Pilar y Delfina Hecker. Y no olvido a Rubén Zalazar, ese gaucho que se arrojó al agua para salvarlas y la correntada también se lo llevó. Tres ausencias que duelen. Tres nombres que deberían estremecer a toda la provincia.
No hablo desde la política. No hablo desde un escritorio. Hablo como bonaerense. Como un gaucho surero más. Como alguien que ha visto la dignidad resistir en cada rancho, en cada escuela humilde, en cada hospital sin insumos. Hablo desde el alma, porque el alma de este pueblo está rota.
Nuestros municipios están quebrados. Moral y materialmente. Se les exige que gestionen pero no se les da recursos. No tienen cloacas. No tienen canales. No tienen prevención. No tienen fondos. Solo tienen promesas. Y cuando la lluvia cae, cuando el desastre llega, los funcionarios se esconden detrás de tecnicismos. No piden perdón. No asumen culpas. La responsabilidad siempre es de otro.
A Pilar y a Delfina no las mató la lluvia. Las mató la desidia. Las mató la burocracia. Las mató la corrupción. Porque el gobierno −esa estructura que debería protegernos− les dio la espalda. Como se las da a todos los pueblos del mal llamado interior bonaerense. Porque si no hay votos, no hay obras. Si no hay votos, no hay hospitales. No hay escuelas. No hay futuro.
Todo parece estar atado con alambre. Todo es postergado. Todo es mendigado. Y los intendentes deben bajar la cabeza, deben rogar por recursos que les corresponden por derecho. Todo es rosca política. Nunca es pueblo.
¿Dónde está el poder real de la gente para decidir sobre su destino? ¿No nos enseñan que somos soberanos? Soberanos para sufrir. Soberanos para ajustarnos. Soberanos para ver morir a los nuestros. Esa es la soberanía que nos dejan… nunca para decidir.
Si Bahía Blanca hubiera sido escuchada. Si los informes del CONICET no hubieran sido archivados. Si la Ley del Sudoeste Bonaerense se hubiera ejecutado. Tal vez Pilar estaría también terminando este año que ya se va. Tal vez Delfina estaría jugando con su hermana. Tal vez Rubén estaría abrazando a su familia.
Bahía Blanca está sola. Nuestros pueblos están solos. Los bonaerenses estamos solos. Y Pilar, Delfina y Rubén son el símbolo de esa soledad. Por eso no debemos olvidarlos. Porque olvidar es repetir.
Pero también pueden ser el comienzo de algo nuevo. De una rebelión bonaerense. Una rebelión de dignidad. De memoria. De conciencia. No por revancha. Por justicia. Porque nadie nos va a devolver a Pilar, a Delfina ni a Rubén, pero sí podemos comprometernos a que nunca más una criatura sea arrastrada por la corrupción de la mala política.
Que este dolor se transforme en movilización. Que esta ausencia se convierta en grito. Que esta tierra se levante y recobre su dignidad.
Los pueblos no mueren cuando los golpea la tragedia. Mueren cuando olvidan lo que les sucede.







