El pueblo que yo quiero se llama Monte Hermoso, con el mar a tus pies y un faro grandioso (…) cantábamos a toda voz en el jardín y en la escuela.
El mar y el faro, nuestro orgullo más grande.
«Y a mí que me importa, yo tengo un faro», era mí respuesta ante cualquier pelea con mis amiguitos de la ciudad vecina, Bahía Blanca.
Un día, mi primo Luciano, que era de Bahía, muy inteligente, que tenía un año más que yo (él ocho, yo siete) me dijo: «El faro no es tuyo, ¿y si no, por qué se llama Faro Recalada a Bahía Blanca?»
Petrificada me quedé… Nunca lo había pensado… ¿Por qué el faro que estaba en mi pueblo tenía el nombre de la ciudad de al lado? ¿Cómo podía ser semejante injusticia?
En Bahía Blanca siempre tenían las mejores cosas… Tenían trenes, semáforos, el centro estaba siempre todo iluminado y lleno de vida. Tenían un lugar que se llamaba Pumper Nic que era solo para comer hamburguesas, tenían una universidad gigante y todos los museos eran más grandes que el museíto de mi papá.
En Monte teníamos el mar y el faro. En el mar en verano siempre había gente de Bahía y se enojaban conmigo cuando había aguas vivas ¿y ahora el faro era de ellos???

Con una sonrisa muy molesta y socarrona (creo que mi papá de alguna manera disfrutaba mí sentido de pertenencia) el Dim me dijo: «Para hablar del faro no podes pensar tan chiquito, tenés que pensar en grande. El faro no es de Bahía, ni de Monte, es de toda la región y de todos los argentinos, ya que es el más importante y más alto de todo el litoral marítimo. El faro y su historia nos hermana, en especial con la ciudad de Bahía Blanca».
A medida que mi papá hablaba todo era cada vez peor. Ya no solo el faro era de todo el mundo sino que encima ¿nos hacía hermanos de los de Bahía? Una real y verdadera pesadilla.
En ese momento, mi papá agregó: «Bahía es, gracias al faro. Monte es a pesar del faro. Somos hermanos, solo que nacimos y crecimos en contextos diferentes».
En el momento no lo entendí, pero con el tiempo si… Bahía Blanca estaba destinada a ser una ciudad pujante por muchas cosas. Una de esas cosas es que está ubicada en un lugar estratégico y tiene puerto. La llamaban la puerta del sur argentino.
El faro se instaló para guiar a las embarcaciones hacia el puerto de Bahía, y eso dio lugar al desarrollo y el crecimiento de toda la región. Ya con el faro instalado, fueron muy pocas las embarcaciones que no pudieron llegar a destino. Una de ellas fue una goleta llamada Lucinda Sutton que trasladaba madera hacia el puerto.
La Lucinda había perdido el timón en una tormenta y a pesar de que el faro le indicaba que estaba en aguas poco profundas, sin su timón no pudieron maniobrar y encalló justo frente a nuestras costas. Para poder seguir su camino, tiraron la carga de maderas al mar. Con esas maderas se levantó un hotel, y eso dio origen a nuestro pueblo, Monte Hermoso.
O sea… Bahía era como la niña prodigio, mimada, y nosotros nacimos por accidente. Por eso somos un pueblo de resistencias, un poco rebeldes, ya que nacimos de la adversidad. Bahía, en cambio, es el progreso, el futuro y el desarrollo.
Como una hermana mayor, Bahía siempre nos quiere enseñar, pero nosotros no hacemos caso porque somos más chicos y un poco testarudos. A pesar de tener una relación un tanto tóxica (a rever algún día), el lazo no se corta ni se va a cortar nunca, ya que nos hermana el peso de nuestra historia.
Nos une el faro.
El 1 de enero, cuando estemos levantando nuestras copas para hacer chin chin, nuestro faro va a estar cumpliendo 120 años.
120 años soportando vientos, temporales y la furia del mar cuando se enoja.
120 años de historia. Y de historias…
Desde Francia, en barco, dividido en cien cargas de madera gigantes, llegó el faro a Monte Hermoso. Un Monte Hermoso que aún era todo médanos, inhóspito y desértico.
Siempre me impacta pensar que para trasladar las cajas de madera gigantes desde la orilla hasta el lugar elegido para emplazar el faro, se colocaron vías. ¡Vías en la playa!!! ¿Se lo pueden imaginar?
Cientos de obreros, ingenieros y geólogos trabajaron años soportando las inclemencias del tiempo y también del suelo, hasta que el 1 de enero de 1906 se terminó de emplazar en nuestras costas el faro más importante de la República Argentina.
La lámpara fue evolucionando, pero al principio se prendía y apagaba de manera manual. La historia de la lámpara y su evolución es fantástica, sin embargo yo no puedo dejar de pensar en esa persona, ese hombre que todos los días de su vida subía 293 escalones para encender la luz del gigante.
El faro está declarado monumento Nacional.
Hay un dato que a mí me resulta curioso. El faro tiene el Emblema Azul. En palabras muy simples (pido perdón a los que saben) eso significa que la comunidad internacional lo protege. Ante cualquier conflicto que hubiese en el mundo, nadie puede tocar al faro.
Me pregunto de qué color debería ser el emblema que proteja al faro de nosotros mismos. Celeste y blanco ¿tal vez? Es paradójico pensar que para que se venga abajo, con nosotros alcanza y sobra.
El óxido es un cáncer para cualquier faro, porque corroe, desgasta, debilita, y avanza… muy rápido. Nuestro símbolo está enfermo, y llora óxido por todos sus lados. Se puede ver a simple vista. Su estado es realmente preocupante.
Hace días vengo pensando cómo se le pone volumen, o amplificador, al pedido de auxilio de un gigante silencioso.
La última «puesta en valor» que se le hizo al faro fue hace 20 años, por su centenario. 20 años hace que al faro no se lo pinta ni con témperas… 20 años de abandono absoluto.
Antes de que empecemos a tirarnos culpas, cada uno para el lado que tiene ganas, quiero dejar algo claro. El faro es de la Armada. La decisión está en manos del gobierno nacional.
¿Cuántos gobiernos nacionales pasaron en 20 años? Todos. Y de todos los colores. Nunca voy a entender cómo pasamos de poner vías en la playa a no poder pintarlo durante 20 años.
El daño que tiene nuestro faro hoy por hoy ya es estructural, y corre peligro de verdad. Si el faro se cae, la República Argentina se queda sin un símbolo que es respetado en el mundo.
Si el faro se cae, Bahía Blanca y la región se quedan sin el símbolo que dio lugar a su desarrollo. Si el faro se cae, mi pueblo, Monte Hermoso, se queda sin identidad…
El faro es protagonista de nuestros poetas, escritores y cantores. El faro es protagonista de nuestros caricaturistas y pintores, de nuestros escultores e historiadores, es protagonista en cada una de nuestras fotos familiares.
El faro es el símbolo en nuestros escudos y también de nuestra bandera. Si el faro se cae mi pueblo se queda sin bandera. Se me congela la sangre con solo pensarlo.
Señor presidente, hoy está en sus manos.







