Llega diciembre y es como ver tierra después de navegar el océano de incertidumbres anuales a lo que estamos acostumbrados.
Hasta noviembre, el año es parte del almanaque sin fin de año a la vista. Las vacaciones están lejos, continúan las clases, el arbolito y las luces están perdidos en algún lugar de la casa.
Pero llega diciembre y cambiamos el chip. Como dice un amigo “nos enfiestamos”, que es el síndrome de la ansiedad de festejar antes de que llegue la fiesta.
Asoma la melancolía, comenzamos a añorar el que año termina, sensación que se diluye a medida que se propaga la parafernalia publicitaria de las fiestas. El decorado contribuye a esta excitación colectiva: aparecen hombres maduros, preferentemente con abdomen prominente, disfrazados de Papá Noel. Al menos yo nunca vi un Papá Noel flaco y sin barba. Los comercios renuevan vidrieras y promueven ofertas que a esta altura del presente pierden por goleada con las compras que vienen de afuera. Surge la competencia de los pan dulce de precios inalcanzables y los más modestos con alguna pasa de uva pero sin frutos secos que ofertan los supermercados.
La proximidad del verano se hace sentir. Padres y abuelos sudan la gota gorda no bien comienza la fiesta de despedida en los colegios. Se organizan las fiestas de despedida del año. Las de compañeros de trabajo menos complejas porque se cena afuera. El tema es planificar las familiares, donde importan las distancias y el estado civil de los familiares. Hay controversias en la lista de invitados, y disputas entre los que quieren jugar de local o en todo caso elegir el estadio del visitante.
A la altura del aguinaldo −de los que tienen la dicha de recibirlo− se organiza el menú y ese es un tema que nadie mejor que Landriscina retrató con el realismo mágico del mundo cotidiano de cualquier familia, que provoca risas e invita a la reflexión.
Final del recorrido, llega Navidad, enfiestados como estamos, la última semana es una ráfaga. El fin de año con menú y canilla libre, contando los segundos que faltan para el brindis de bienvenida. Los más jóvenes se despiden, salen a disfrutar con amigos.
Quedan en mesa los mayores entretenidos con sidra, peladillas y turrones. Probaron todo lo que se les cruzó por delante. Algunos están con el estómago pidiendo una sal efervescente para aliviar la acidez y llegar pronto a casa para zambullirse en la cama.
Para entonces el año viejo ya es historia, queda lejos.
Mañana será otro día.







