La donación de órganos y de sangre constituye una de las expresiones más concretas de la solidaridad humana. Se trata de decisiones que, en distintos momentos y contextos, permiten ofrecer una oportunidad de vida a miles de personas que dependen de un trasplante o de una transfusión para seguir adelante. Informarse, dialogar en familia y expresar la propia voluntad son pasos fundamentales para que ese acto solidario pueda concretarse.
En la Argentina, la necesidad es permanente. Actualmente, más de siete mil personas esperan un trasplante para salvar o mejorar su calidad de vida. Durante el último año se realizaron poco más de dos mil trasplantes y se registraron 910 donantes de órganos, con una tasa cercana a 20 donantes por millón de habitantes. Los datos oficiales corresponden al INCUCAI, organismo responsable de coordinar y fiscalizar las actividades de donación y trasplante de órganos, tejidos y células en todo el país.
Cómo se realiza la donación de órganos
La donación puede darse de dos maneras. La más frecuente es la donación cadavérica, que ocurre tras el fallecimiento de una persona, una vez confirmada la muerte encefálica o circulatoria. En estos casos pueden donarse órganos vitales como corazón, pulmones, hígado, riñones, páncreas e intestino, además de tejidos como córneas, huesos, piel y válvulas cardíacas.
También existe la donación en vida, posible únicamente cuando no compromete la salud del donante. Generalmente se trata de la donación de un riñón o de una porción del hígado, y requiere un vínculo familiar o afectivo estrecho, además de una evaluación médica y psicológica rigurosa.
El proceso de trasplante es complejo y exige una coordinación precisa. Comienza con la detección de un potencial donante en una unidad de cuidados intensivos, continúa con la confirmación legal y médica del fallecimiento, la evaluación de los órganos y su asignación a un receptor compatible según criterios estrictamente médicos, y culmina con la ablación y el implante, que deben realizarse en un tiempo muy limitado.
Un marco legal que prioriza la equidad
La legislación argentina se apoya en la denominada Ley Justina, que establece el consentimiento presunto: toda persona mayor de 18 años es considerada donante de órganos y tejidos después de su fallecimiento, salvo que haya expresado lo contrario. La norma también garantiza un tratamiento igualitario para todos los pacientes en lista de espera, basado en criterios médicos y de urgencia, sin privilegios ni discriminaciones.
Aun así, los especialistas subrayan la importancia de expresar la voluntad en vida y comunicarla a la familia, ya que son los allegados quienes deben acompañar el proceso en un momento de profundo dolor.
Donar sangre, un gesto cercano y necesario
La donación de sangre es otra forma esencial de cuidar la vida, y a diferencia de la donación de órganos, puede realizarse de manera voluntaria y periódica. Cada donación puede ayudar a varios pacientes y resulta indispensable para cirugías, tratamientos oncológicos, emergencias y múltiples prácticas médicas.

Expresar la voluntad, un paso fundamental
La decisión de donar órganos es personal, libre y puede modificarse en cualquier momento. La voluntad puede registrarse mediante un acta en el INCUCAI o en los organismos provinciales, a través de un telegrama gratuito en Correo Argentino, utilizando la aplicación Mi Argentina o al tramitar el DNI. Todas estas opciones permiten dejar constancia formal de una decisión que, llegado el momento, puede transformar el dolor en esperanza.
Donar órganos o donar sangre no elimina la pérdida ni el sufrimiento, pero abre una posibilidad luminosa en medio de la adversidad. Es un legado silencioso y profundo, capaz de prolongar la vida y el recuerdo a través de otros. En cada donación hay una historia que continúa.
Cuando la decisión deja de ser una idea
La donación de órganos suele pensarse en abstracto, hasta que la realidad obliga a tomar una decisión en el momento más doloroso. El 12 de diciembre, mi hermana, de 55 años y en buen estado general de salud, falleció en el hospital Penna tras permanecer nueve días en terapia intensiva a raíz de un ACV hemorrágico e isquémico de extrema gravedad. El pronóstico fue crítico desde el inicio y el desenlace, lamentablemente, el que se había anunciado.
Como familia, decidimos la donación de sus órganos. Lo hicimos porque era una persona joven, porque estaba en condiciones de ser donante y porque entendimos que ese gesto podía salvar vidas o, al menos, mejorar la salud de quienes esperan un trasplante. La ablación se concretó y el hospital realizó así su novena donación de órganos. Al día siguiente, uno de sus riñones ya había sido implantado en una persona que lo necesitaba.
Se trata, hasta el momento, según tenemos registro, de la primera donación de órganos de una persona de Monte Hermoso. A partir de esa decisión, cinco personas recibieron una nueva oportunidad de vida. Para quienes quedamos de este lado, el dolor no desaparece, pero sí se transforma: saber que algo de ella sigue dando vida convierte la pérdida en un acto de profunda solidaridad.
Esta experiencia me confirmó algo que los profesionales de la salud repiten con frecuencia: en la mayoría de los hogares no se habla de la donación de órganos. La muerte no suele formar parte de las conversaciones cotidianas y, por eso, cuando llega, la decisión aparece de manera abrupta. Sin embargo, dialogar a tiempo es fundamental.
Después de la vida queda un cuerpo que ya no puede dar nada. La persona amada pasa a habitar nuestros recuerdos y un lugar de privilegio en el corazón. La donación de órganos es una forma concreta de proyectar altruismo y humanidad, especialmente cuando se trata de personas jóvenes y en condiciones óptimas de salud.
Esa reflexión se extiende también a la donación de sangre. En este momento, el Hospital Municipal de Monte Hermoso se encuentra en campaña y la necesidad es constante. Donar sangre es un gesto sencillo: alcanza con ser mayor de 18 años y concurrir con el documento. Es una acción cercana, posible y tan necesaria como la donación de órganos.







