Inolvidable Larsen. La fidelidad de Chocolate, uno de los perros de Leif, durante sus últimos días en el hospital

Leif Larsen con su perro chocolate

Un día descubrí que si leemos Leif de atrás hacia adelante, resulta la palabra fiel.

Me pareció genial, ya que la fidelidad era una de sus grandes virtudes. Leif era un tipo fiel.

Antes que nadie, el instinto animal seguramente hizo que esa característica la percibieran sus perros, que lo seguían a sol y a sombra.

Cuando Leif entraba al mar, los perros se recostaban en la orilla y era muy impactante ver como, de pronto, se levantaban todos juntos, emocionados y moviendo la cola, percibiendo su salida, cuando cualquiera de nosotros solo podíamos ver un puntito en el horizonte. 

Ellos ya sabían todo. Cuando ya estaba cerca de la orilla, los perros nadaban hacia él para recibirlo.

Pero hoy me quiero detener en la historia de uno de ellos, Chocolate, historia que llegó a mi por Miriam.

Miriam junto a Sergio eran los encargados de cubrir las guardias de nuestro hospital en aquel momento en que Leif comenzó a recorrer su recta final.

Chocolate, con Cristian Larsen, el sobrino que lo adoptó tras su fallecimiento, y con Leif que lo acaricia

Qué admirable me resulta la labor de los enfermeros, quienes acompañan con amor los momentos más difíciles. 

Cuidan, dan calidad de vida, y muchas veces deben tomar decisiones en esos momentos tan sensibles.

Cristian, sobrino de Leif, era quien lo cuidaba en el hospital durante el día, pero por las noches Leif tenía un cuidador furtivo.

Chocolate. 

«Cuando ya la noche estaba muy calma en la guardia y todos descansaban, Leif estaba solito, hasta que dejábamos entrar a Chocolate, que se había instalado en el hospital desde el primer día.

La hermosura del encuentro era más fuerte que cualquier protocolo.

Chocolate se acercaba, se ponía en dos patas, lo lamía, lloraba un ratito y después se recostaba a su lado.

«Parecía entender todo, no hacía ruido, y éramos muy pocos los que sabíamos que Chocolate estaba cerca de cuatro horas junto a Leif todas las noches.

«Cuando falleció nunca más se lo volvió a ver en el hospital».

Me emocionó muchísimo esta historia y estoy segura de que lo mismo les va a pasar a todos los que nacieron masticando arena y conocieron a Leif, como es mi caso. 

Gracias Miriam por regalarnos tu historia, que está empapada del amor más puro.

Y ahí andará nuestro querido Leif con la remera de su Monte Hermoso amado, remando en el bote, de este a oeste, intentando atrapar al sol.

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