Tema de actualidad, preocupación y debate: las pantallas y los niños. Está probado que el uso precoz y descontrolado de dispositivos tecnológicos durante la infancia y la adolescencia genera un profundo impacto en el desarrollo cognitivo. Pedagogos, educadores, psicólogos, sociólogos, filósofos y periodistas han participado de este debate, llegando a la misma conclusión: los efectos son perjudiciales.
Y si nos preguntamos por qué lo son, podría parecer extraño que un aparato de fácil uso, con color, movimiento y sonido, no contribuya al desarrollo de habilidades psicomotrices, perceptivas, de atención o de resolución de problemas. Sin embargo, ocurre lo contrario. La concentración prolongada en pantallas distrae aspectos esenciales de la vida del niño y de la construcción de su subjetividad, al limitar la exploración de su entorno físico y reducir las interacciones cara a cara.
Así, se restringen las oportunidades de un aprendizaje cognitivo y emocional apropiado. Lo mismo sucede con la adquisición y el desarrollo del lenguaje. En los juegos digitales, todo se ofrece servido: basta con que el niño toque la pantalla para que, “mágicamente”, aparezca color, música y celebración. No necesita hacer ni decir nada. Y principalmente, no necesita hablar.

Por eso, cada vez más niños presentan un lenguaje empobrecido, con frases cortas, sin matices ni expresión de sentimientos o necesidades. Hace dos décadas, nos quejábamos de que los chicos hablaban en “español neutro” por influencia de los dibujos animados. Sin embargo, al menos entonces incorporaban palabras nuevas —como “carro”, “nevera” o “carretera”— y ampliaban su vocabulario. Hoy, en cambio, el lenguaje tiende a volverse plano y sin gracia.
La solución no es mágica ni compleja. Se trata de limitar el uso de las pantallas y ofrecer alternativas: lectura, juegos de mesa, actividades que fomenten la imaginación y la interacción social, deportes recreativos, clubes o simplemente la canchita del barrio. Todo ello requiere un rol activo del adulto. Y por “adulto” entendemos tanto a la familia como a los maestros. Las pantallas pueden ser herramientas útiles en el aula, pero recién a partir de los 10 años. Antes de eso, los niños no las necesitan.
El mundo de la literatura infantil, la música pensada especialmente para niños, los espacios de lectura en jardines y escuelas, y las actividades compartidas al aire libre son recursos valiosos que esperan ser redescubiertos. Pero todo esto requiere adultos presentes: que se sienten a jugar, que acompañen, que compartan tiempo de calidad. Desarrollar el potencial cognitivo de la infancia implica un compromiso integral, una acción conjunta de todos los que desean construir un futuro más saludable y equilibrado para los niños y adolescentes de hoy.







