Natalia Di Martino: “Monte es hermoso desde que era un médano marcado en algún mapa”

Una de las hijas de “Dim”, quien suele retratar con añoranza poética admirable sus vivencias pueblerinas de infancia y adolescencia, habla en esta nota de aquel tiempo, de su vida actual en Bahía Blanca, de alegrías, nostalgias, sinsabores y de un irresuelto regreso a la ciudad

Natalia Di Martino

Hemos abordado en alguna ocasión historias de vida de bahienses que encontraron acá “su lugar en el mundo”, como seguramente lo haremos pronto reflejando casos inversos.

También ensayamos sobre el probado lazo indestructible que une a nuestro balneario con la ciudad más importante del sur bonaerense.

En ese contexto, Nati Di Martino aparece como una interlocutora emblemática, por su ligazón con los orígenes y el modo bello con que suele describirlo, y por el homenaje a su padre, que tanto le ha dado a Monte Hermoso, que está siempre latente en su palabra.

Radicada hace bastante tiempo en Bahía Blanca, donde se dedica a la gastronomía, ir y volver en el día es normal para ella, necesitada, como dice, de venir “a regar mi raíz”.

¿Cuándo y por qué te fuiste de Monte?

Nací en la clínica del doctor Zabala, en 1977. Me fui apenas terminé el colegio secundario, en 1996.

Mi familia materna es de Bahía Blanca y decidí mudarme a la ciudad que me daba la posibilidad de seguir estudiando y, por otro lado, la cercanía que me permitía ir y volver con facilidad.

Al principio el desarraigo fue tremendo y me jugaba malas pasadas. He llegado a sentirme ahogada, intentando respirar sin poder evitar sentir el olor a asfalto caliente. Se me secaba la piel y hasta se me quebraba el pelo. Como una planta a la que le falta agua.

Esos eran los momentos en los que, ya sea en combi, en auto, a dedo, en moto o caminando, yo tenía que ir a Monte. A regar mi raíz.

Los viajes se me hacían interminables. Al llegar a la entrada el corazón me latía más fuerte y bajaba las ventanillas para poder respirar bien profundo, al fin, mi aire de mar y sal.

Ir y volver en el día es normal para mí, hasta el día de hoy.

En el Monte de hoy existe un abanico de posibilidades. Cursos, carreras, capacitaciones y miles de cosas que en aquel entonces no existían. Hubo un enorme crecimiento en estos años. Mi pueblo, se convirtió en una hermosa ciudad.

El Monte al que me refiero siempre cuando hablo o cuando escribo es aquel que dejé. Incluso las fotografías en mi cabeza son las de antes.

Evidentemente Monte es hermoso desde que era un médano marcado en algún mapa, hasta el día de hoy. Diferente; pero hermoso al fin.

¿A qué te dedicas ahora?

Hoy soy gastronómica. Gracias a esta profesión conocí a Kitu, que es mi marido hace unos cuantos años. El es bahiense hasta la médula; fue quien me ayudó a dejar de sentirme sapo de otro pozo en la ciudad.

Conocí una Bahía Blanca desde sus cimientos, su historia e incluso comencé a buscar mi propia raíz bahiense. Por ejemplo, descubrí que mi bisabuelo era escritor y que fue uno de los primeros administradores del teatro municipal y muchísimas cosas más. Hoy por hoy me siento un poquito de Bahía también.

De Monte hablás siempre con pasión pero a su vez con un dejo de nostalgia, de sinsabor. ¿Por qué?

El dejo de nostalgia se da, supongo, porque yo escribo sobre un Monte que ya no existe. Todas mis historias se sitúan en un Monte pueblo. Hoy es un Monte ciudad.

¡Pero eso no es malo! Todo lo contrario. Da cuenta de un desarrollo y un crecimiento que se dio en poco tiempo, con muchísimo esfuerzo de todos y cada uno de sus habitantes.

Con respecto al sinsabor… tal vez. En un par de ocasiones.

Nunca voy a olvidar aquella noche que salí de trabajar y al llegar a mi casa prendí el televisor y lo primero que vi fue el museo que lleva el nombre de mi papá prendido fuego, en un noticiero de Buenos Aires. Quedé helada.

A medida que las noticias pasaban era todo cada vez peor. Habían matado a Katy. Yo no lo podía creer, se me caían las lágrimas sin entender como había pasado algo así en Monte. Y menos puedo creer que aún no haya justicia. Katy duele.

Otro momento durísimo para mí fue encontrarme con una filmación en la que se puede ver a mi papá viendo como le tiran el museo abajo con todas las cosas adentro. Al principio se me rompió el alma.

Después me enojé. Mucho. Muchísimo.

A tal punto que le mandé un mensaje bastante feo a Alejandro (Dichiara), a quien conozco desde muy chiquita, cuando apenas llegaba al mostrador de Turismo, haciendo puntitas de pie.

En el fondo de mi corazón, yo sé que ninguna de las personas que estaban en la municipalidad en aquel entonces hubiesen querido lastimar o hacerle mal a mi viejo. Menos que menos Alejandro, quien, si tengo que ser sincera, siempre estuvo cerca de mi papá, incluso durante su enfermedad y hasta el último día. Algo falló.

Lo que pasa es que «el error» fue tan grotesco, empapado de una mezcla de barbarie e ignorancia que estoy segura que a mi papá no le pasó desapercibido.

Katy y el «error» en la demolición del museo de la rambla, fueron los  momentos en los que expresé ese sinsabor de la pregunta.

“Mis historias se sitúan en un Monte pueblo. Hoy es un Monte ciudad. ¡Pero eso no es malo! Todo lo contrario”

En breve semblanza ¿qué dirías de tu padre y de su acción en Monte y por la ciudad?

Mi papá era marplatense y llegó a Monte Hermoso por accidente. Su pasión más grande, que era la paleontología, lo empujó a seguir los pasos de sus referentes, como Darwin o Florentino Ameghino, por medio de libros.

Un par de años después de haberse instalado en Monte y de estudiar sus costas, se dio cuenta de que, en realidad, no era el lugar que él estaba buscando, sin embargo ya para este entonces se había enamorado de este paraíso.

Por un lado, había un montón de playa llena de cosas por descubrir. Por otro lado, el pueblo tenía una historia muy reciente. Tan reciente que aún vivían parte de sus fundadores.

Tengo recuerdo de aburrirme ampliamente mientras mi papá se sumergía junto a los Costa en apasionadas charlas sobre el hotel de madera y la Lucinda Sutton.

La historia del pueblo pasó a ser otra de sus pasiones. A tal punto que una de mis hermanas se llama Lucinda, como aquella goleta, que sin querer termina siendo protagonista principal en el nacimiento de nuestro pueblo.

Al principio, para sobrevivir, mi papá alquiló un local en una galería, y fabricaba artesanías. Más allá de eso, ese lugar se convirtió en el depósito adonde guardaba su tesoro más grande, que era su colección de fósiles.

En un momento dado, con esa colección hizo una exposición y eso despertó el interés de las autoridades de Coronel Dorrego (Monte era partido de Coronel Dorrego).

(Víctor) San Román (el intendente) le encomendó a mi papá la creación del museo de ciencias naturales de Monte Hermoso, que se inauguró en septiembre de 1977.

Cuando se declara la autonomía mi viejo pasó a ser un funcionario municipal. Mi papá era el funcionario municipal número 12. Vivía por y para su museo.

También participaba y estaba siempre muy cerca del museo histórico, acompañando a Juan, a quien quería y admiraba mucho.

Arrancó con proyectos para mantener las playas limpias. Y muchas, muchas cosas más. Y así iba por la vida, tratando de transmitir su pasión a cada paso, intentando despertar el interés de chicos y grandes.

Una infancia feliz: “Repleta de aventuras, gracias a un padre que evidentemente (por suerte) no estaba dentro de los parámetros de lo normal”

Abriste un blog en Facebook, Huellas, dónde volcás historias y recuerdos de Monte Hermoso. ¿Qué te motivó a crearlo?

En una película de Disney, escuché una frase que me marcó: «No muere quien no se olvida». Mi viejo y aquel Monte de antaño, me dieron letra de sobra para que eso no suceda.

La enorme labor de Dim, como todos lo llamaban, aún sigue dando frutos. La colección de fósiles del Museo de Ciencias de Monte Hermoso está considerada una de las más importantes del país y muchos profesionales la siguen estudiando hasta el día de hoy.

Huellas es otro medio para contar, tal vez de otra manera o desde otro punto de vista, quién era mi papá, sus  locuras, su pasión y su gran amor a Monte Hermoso.

¿Cuáles son las vivencias imborrables de tu infancia y juventud?

La infancia fue feliz. Realmente feliz. Demasiado feliz. Colmada de libertad gracias a un pueblo en el que no había peligro, repleta de aventuras, gracias a un padre que evidentemente (por suerte) no estaba dentro de los parámetros de lo normal.

El día del niño era feliz. La primavera y el verano. ¡El carnaval! era genial, lleno de colores, carrozas, Rey Momo y globos de agua.

La juventud la sufrí un poco más. Los fines de semana no había ni un boliche y nos íbamos a bailar a Dorrego en la combi de Aldo. Al ser un pueblito, cuando me peleaba con mi novio, mi papá se enteraba casi antes que yo.

Hacerme una rata al colegio era una odisea prácticamente imposible. Era más fácil decir «papá quiero faltar» que intentar esconderme en Monte.

¿Volverías?

Siempre estoy entre «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver» y «uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida».

No lo sé. En un momento dado, hace un tiempo, me dieron unas ganas tremendas. Justamente me puse a averiguar por un lugar, que siempre fue el sueño de mi vida, para poder volver y hacer lo que me gusta hacer, gastronomía.

Averigüé con quien tenía que hablar, sobre qué tenía que hacer para poder pedir ese lugar. Estuve a nada.

Pero se declaró la cuarentena por la pandemia y ya no pude ingresar a Monte por mucho tiempo, porque tengo domicilio en Bahía Blanca.

Casi casi. Pero no se dio. Por algo será. Tal vez algún día… O tal vez no.

 

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