Convivimos inmersos en un mar de información. La simultaneidad de sucesos en diferentes lugares del planeta es tan apabullante que los canales de noticias optan por abordar las más salientes y atractivos al mismo tiempo, recurriendo a múltiples ventanas que conviven en la pantalla.
Por un lado, la guerra en vivo; por otro, el fútbol. En una esquina, el show del espectáculo; en la otra, tragedias humanas en tiempo real. Todo en zapping continuo, sin necesidad de recurrir al control remoto familiar.
Este síndrome es contagioso. Naturalizamos percibir lo que sucede en el mundo como si fuera una pantalla de múltiples ventanas. Pasamos del horror del impacto de un misil al clima festivo del mundial de clubes sin inmutarnos. Abrumados por la avalancha informativa, así transcurre el día a día, donde los problemas cotidianos propios se entrecruzan con espectáculos y desgracias ajenas que saltan de una ventana a otra en una sucesión sin fin de la pantalla partida
Las dos carátulas del teatro de la vida. Tragedia y espectáculo en dúplex: el espectáculo de la tragedia.
Botón de muestra fue el último fin de semana. En una ventana veíamos la guerra en directo. La muerte en vivo con misiles cruzando el cielo de ida y vuelta entre Irán e Israel. En otras, el mundial de clubes con el banderazo de Boca en la playa de Miami repleta de turistas; el glamour estruendoso de la Fórmula 1 en Canadá y el asesinato brutal de una congresista demócrata y de su marido en el país donde se juega el mundial de clubes. Todo al mismo tiempo en recuadros múltiples y simultáneos.
¿Es posible entender la complejidad de lo que transcurre en ese mosaico de ventanas simultáneas y editadas de la realidad? ¿Esto aclara u oscurece? Por si algo faltaba, en el popurrí del fin de semana se colaba la historia del único sobreviviente del avión que se estrelló en la India a poco de despegar. Un hombre con camisa rasgada y ensangrentada caminando como un zombi entre 240 cadáveres, bajo la mirada ansiosa de los noticieros que necesitaban del héroe milagroso para endulzar la horrorosa historia antes de cerrarla y pasar a la siguiente.
Según Discépolo, el siglo XX fue un «cambalache problemático y febril». El XXI va en la misma dirección, con el plus que donde antes solo se mezclaba «la biblia y el calefón», ahora se agregan algoritmos, fake news y sobredosis de pantallas y ventanas.
Es inevitable y necesario estar informados, pero también protegernos, poner límites, recuperar la autonomía de detenernos a observar lo que nos interesa y analizar cada cosa por separado y no todas a la vez.
Quizá el verdadero desafío de este tiempo no sea tanto estar informados, sino evitar intoxicarnos con sobredosis de información. Aprender a establecer límites entre lo que transcurre en el mundo y lo que somos capaces de procesar, sin que se tilde el disco rígido interior que todos llevamos adentro.
Tal vez la clave no sea apagar la pantalla sino elegir cuándo y cuál ventana abrir.
Porque más allá de las ventanas editadas a distancia, están las nuestras, por donde se asoman problemas pendientes made in casa, que no son pocos ni sencillos.
Con eso tenemos bastante para entretenernos.