En la próxima década seremos testigos de una transformación geoeconómica que puede modificar de raíz los flujos comerciales globales. Si África logra consolidarse como el nuevo granero del mundo −como ya proyectan múltiples agencias, bancos de desarrollo y actores estratégicos como China y Rusia− América del Sur, y en particular el Mercosur y Argentina, enfrentarán un desafío estructural que pone en juego no solo su competitividad sino su relevancia global.
La irrupción de África como proveedor agrícola a gran escala no es una conjetura futurista sino un proceso en curso, acelerado por una serie de vectores convergentes:
a) Transferencia tecnológica directa desde China y Rusia, que ya están instalando sistemas de riego, semillas adaptadas a climas extremos, maquinaria de precisión y redes de capacitación rural.
b) Construcción de infraestructura ferroviaria y portuaria, particularmente en la franja del Sahel y África Oriental, conectando zonas productivas con el Mar Rojo, el Océano Índico, el Mediterráneo y el Atlántico.
c) Acceso preferencial a mercados asiáticos y europeos gracias a tratados bilaterales, acuerdos de inversión y condiciones geográficas más ventajosas.
d) Ventaja demográfica: una población joven, con potencial de incorporación masiva al trabajo agrícola e industrial, en contraste con el envejecimiento de muchas regiones productoras tradicionales.
El Mercosur, históricamente dependiente del comercio de granos, carne, subproductos y alimentos procesados, se encuentra ante una amenaza sin precedentes. Su modelo de competitividad está basado en la escala de producción primaria, la extensión territorial y una matriz exportadora dependiente de materias primas. Si África gana participación acelerada en el mercado de alimentos, los países del Mercosur perderán terreno no por falta de calidad sino por carencia de eficiencia logística y estratégica.
En ese contexto, Argentina está particularmente expuesta. La distancia de sus centros productivos a los principales puertos marítimos −sumada a la falta de infraestructura ferroviaria moderna y una alta dependencia del transporte por camión− aumenta los costos logísticos hasta niveles que ya rozan la inviabilidad exportadora en ciertas zonas (especialmente el Norte Grande y las regiones extra pampeanas).
Según análisis estimativos, el costo de trasladar una tonelada de maíz desde Santiago del Estero hasta el puerto de Rosario puede superar los US$ 50, mientras que el transporte ferroviario africano −de Nigeria a Kenia− proyectado bajará esos costos a menos de US$ 20 por tonelada en distancias similares.
Según estimaciones sectoriales y estudios internacionales, los costos logísticos representan aproximadamente el 14 % del valor exportado en Argentina, frente al 7 % en Brasil y a las metas africanas de converger al 6 % en la próxima década.
Lo que está en juego y cómo reaccionar
Si África avanza como granero global y desplaza al Mercosur como proveedor de alimentos a Asia y Europa, se modificarán cadenas de valor completas:
a) La industria aceitera y molinera argentina sufrirá por menor disponibilidad de materias primas.
b) El transporte fluvial y portuario del Paraná y sus afluentes perderá protagonismo.
c) Los mercados internacionales tenderán a negociar con nuevos hubs logísticos africanos que ofrecerán menores precios, mejor trazabilidad ambiental y condiciones sanitarias adaptadas a las nuevas exigencias de los consumidores.
¿Y si el Mercosur no reacciona? El Mercosur, y en especial Argentina, puede enfrentar un doble efecto:
a) Pérdida de centralidad económica a nivel global.
b) Desindustrialización periférica: el modelo agroexportador que hoy sostiene parte de la cadena industrial interna (acopio, transporte, maquinaria agrícola, insumos, puertos) se vería fuertemente resentido.
Además, el debilitamiento de la región en los mercados internacionales generará un mayor endeudamiento externo, una presión estructural sobre el empleo formal, y una pérdida de soberanía alimentaria interna por desinversión en zonas marginales.
Frente a este panorama, el Mercosur no puede limitarse a la defensa de los acuerdos existentes. Debe redefinir su estrategia productiva y logística con cinco ejes urgentes:
a) Recuperación y expansión ferroviaria: conectar las regiones productivas con puertos bioceánicos y reducir drásticamente los costos logísticos.
b) Agregación de valor en origen: fomentar industrias locales de transformación agroalimentaria, para no exportar simplemente commodities sino alimentos elaborados.
c) Integración energética y digital: impulsar corredores energéticos e infraestructura 4.0 que optimicen procesos y reduzcan emisiones.
d) Diplomacia comercial activa: construir alianzas con India, Sudeste Asiático y África Occidental, anticipando la reconfiguración de la demanda.
e) Ciencia y biotecnología regional: invertir masivamente en INTA, EMBRAPA y otros institutos públicos de innovación para mantener vigencia en semillas, suelos, sanidad y genética.
La irrupción de África como potencia agrícola no es una amenaza en sí misma. Es una señal de que el mundo ya está entrando en una nueva etapa geoeconómica. La pregunta que debe responder el Mercosur −y especialmente la Argentina− es si queremos ser protagonistas, socios periféricos o simples espectadores del nuevo reparto global.
La historia no disculpa las oportunidades desperdiciadas. Son los pueblos los que la sufrirán. Y el futuro, esta vez, viene sobre rieles… desde el otro lado del Atlántico.