Hay un lugar común, una cierta idea extendida que sostiene que de jóvenes somos todos de izquierda, pero que inevitablemente, al llegar a la adultez, nos volvemos de derecha, porque allí estarían la estabilidad, el progreso y el enriquecimiento. Ser de derecha sería lo inteligente, y recién lo percibimos al llegar a la vida adulta.
Sin embargo, en Latinoamérica cada vez más jóvenes se identifican con las estéticas conservadoras de derecha. Los discursos de liderazgo progresista resultan tentadores, pero las nuevas generaciones atraviesan una etapa de ansiedad y exitismo que no puede —ni quiere— esperar a la vida adulta. Ya no responden a la fórmula de la meritocracia con la que crecieron sus padres, y todo esto se combina con la frustración económica y laboral ante las propuestas profesionales clásicas, la falta de representación política, una crisis de identidad y una cultura digital que promete éxito y dinero rápido con poco esfuerzo.
Quizás el desencanto generacional tenga su raíz en la falta de oportunidades. Las reformas laborales están profundizando la migración hacia el empleo informal, dado que no se presentan numerosas ofertas de trabajo estable. Esto provoca que los jóvenes vivan en la precariedad y con ingresos inestables. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) indica en un informe que casi la mitad de los trabajadores se encuentra en esta situación y que desde hace más de una década no se generan empleos nuevos, lo que dificulta la inserción de los jóvenes en el mundo real del trabajo.
Así, los nuevos dirigentes de derecha interpretan esta problemática e interpelan a los jóvenes desde un lenguaje de rebeldía contra el sistema. Con ello, también tiemblan los cimientos de la democracia representativa, ya que muchos jóvenes no encuentran sentido en los proyectos progresistas. Los líderes de derecha apelan a un electorado que no se siente parte del sistema democrático y que, a la vez, duda de su propia trayectoria educativa, muestra indiferencia ante el sistema y hasta una leve simpatía por los autoritarismos —ya sean de izquierda o de derecha—.
De esta manera aparecen los líderes “antisistema”, que con discursos encendidos derrumban los argumentos que sostienen la participación democrática, prometiendo una fórmula capitalista que promete ascenso social rápido y los beneficios de ese estilo de vida. Estos partidos emergentes, nuevos y propositivos, hablan directamente a los votantes jóvenes, que suelen decidir más por esperanzas y promesas positivistas que por reflexión racional.
El politólogo holandés Cas Mudde explicó que los jóvenes hoy votan menos por los partidos tradicionales —de centro, izquierda o derecha— y más por fuerzas nuevas, con ideas radicales, muchas veces nativistas y autoritarias. “Especialmente entre los hombres, los más jóvenes consideran a los partidos de ultraderecha como una de las opciones para votar. Esto probablemente sea consecuencia de la normalización de las ideas y partidos de extrema derecha, más que una expresión de rebelión por parte de ellos”, señaló en una entrevista.
Así surgieron en Argentina líderes que soñaban con un país igual a Buenos Aires, una ciudad cosmopolita e internacional tomada como modelo a seguir. Ese discurso llegó cargado de música, color, globos y camisas de alta costura. Luego, el “achatamiento” formal del peronismo. Y ahora, el intempestivo líder que promete ir contra la casta. En toda Latinoamérica se repite el fenómeno: Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Nayib Bukele en El Salvador. El modelo es el mismo: romper con el sistema que los llevó al poder y vender “espejitos de colores” bajo una promesa de enriquecimiento rápido que muchos jóvenes terminan creyendo.
De este modo, los discursos de izquierda y derecha se reconfiguran. La izquierda se enfoca más en el cambio climático, los derechos igualitarios y el cuidado del otro, mientras que las derechas prometen orden, sistema y mano dura. El resultado: jóvenes que esperan que las cosas cambien, pero no a través de las revoluciones ideológicas de sus padres idealistas, sino mediante una gestión óptima, eficiente y eficaz que los convierta en jóvenes ricos y millonarios.